lunes, 25 de octubre de 2010

Y se hizo la oscuridad (ramake parte 1)

El bosque se mantenía inquieto, sus hojas se postraban delicadas ante nosotros, cada paso que dábamos estaba acompañado por el sonido de los troncos prescindiendo poco a poco de su corteza.

El mundo estaba cambiando, nunca lo habíamos querido ver, nunca lo hemos podido escuchar, siempre denegamos las señales más claras.

-¿Estáis completamente seguros de lo que vais a hacer?-pregunté mientras la última brisa del atardecer sacudía con suavidad los que desde hace unos días eran mis nuevos cabellos.

Su color era peculiar, quizá por ello me decanté por aquella campesina. En toda su inmensidad eran de color azabache pero emergiendo de la raíz unos mechones rubios se repartían por él, ahora andrajoso cabello liso. Mis manos no pudieron evitar acariciar los tallados demoníacos que adornaban la vasija que llevaba en mis manos.

-Si-dijo uno de los presentes el que decía ser el más valiente, al cabo de unos segundos.

-Bien, no quiero complicaciones-añadí mientras mis ojos se desviaban hacía atrás para mirar a los cinco integrantes cargados con vasijas del mismo estilo que la que yo tenía mientras el bosque se extinguía tras los pasos del último muchacho.

No me había costado nada convencer a aquellos mortales de lo que tenían que hacer. Solo tuve que acabar con sus seres queridos y culpar a las extrañas entidades que estaban comenzando a aparecer.

Una cueva apareció frente a nosotros, solo tuve que introducirme en ella para que aquellos campesinos me siguieran. No soportaba el olor de aquellos asquerosos trozos de tela y menos aun el roto que tenía el vestido en la zona de la rodilla, aquella mortal había sido sumamente patosa antes de que yo pudiera introducirme en su cuerpo.

El pasillo de roca por donde ahora caminábamos se mantenía alumbrado por unas antorchas que resplandecían llameantes mientras aquellos muchachos comenzaban a susurrar patéticos comentarios sobre la apariencia de la cueva.

El pasillo se ensanchó frente a nosotros. Unos arcos se postraban sobre nuestras cabezas. Eran de madera negra y en sus patas una hiedra que emergía de la nada se entrelazaba desde el primer arco hasta el último.

-¿Falta mucho?-preguntó una de las muchachas la cual mantenía sus cabellos fuertemente amarrados en una coleta.

-¿Ya estás cansada?-respondí con otra pregunta mientras suspiraba rindiéndole culto a mi enorme paciencia.

-Es que me aburro-dijo de nuevo.

“-Tranquila la fiesta está a punto de comenzar-”no pude evitar pensarlo mientras me mantenía callada.


No hubo más comentarios pues los ojos de aquellos ineptos se quedaron absortos al observar como la hiedra que había rodeado hasta hace un momento la madera negra ahora se desenroscaba con velocidad y se introducía en la tierra.

-¡Vamos!-les llamé la atención mientras me detenía en la salida del pasillo preocupada de que sus vasijas no se rompieran por un fallo de aquellos estúpidos muchachos-¡Esto no es ninguna de vuestras viejas granjas!-

No tardaron en alcanzarme, de nuevo permanecieron absortos mirando el final de la cueva, supongo que yo lo hubiera echo, si hubiera sido humana. La cueva ya no estaba iluminada por antorchas, pues una apertura en el techo dejaba entrar los últimos rayos del sol mostrándoles el gran lago que se mantenía impaciente.

Caminé hacia el lago, me introduje en él sin importarme mojar aquellas andrajosas ropas. El lago no cubría mucho, arriesgaría a apuntar que el centro de este tan solo cubría por la cintura. Los muchachos me siguieron hasta el mismo momento en el que me detuve para mirarles.

-Ha llegado el momento-dije mientras los ojos claros y verdes del cuerpo que portaba se oscurecían a la vez que la cueva era cubierta por la noche. Ya no podía verles, ahora solo me tocaba confiar en que mis artimañas no fallarán.

-¿Las abrimos ya Ailyn?-preguntó uno de los muchachos.

-Sí, adelante-dije mientras escuchaba como la tapadera de las vasijas rozaban la porcelana del recipiente. Suspiré esperando la señal que me indicara que podría empezar.

De repente unos chillidos emergieron frente a mí, aquellos mortales estaban sufriendo y hubiera jurado que parte de su sangre había salpicado mi ropa. En aquellos momentos se sentirían impotentes, seguramente en aquellos momentos me estarían maldiciendo, al menos si hubieran tenido tiempo para hacerlo.

La luna llena se postró sobre la cueva, ahora la iluminaba en toda su longitud, cada recoveco, cada piedrecilla,… todo. Los cadáveres yacían ensangrentados frente a mí, el agua se teñía de rojo y ahora comenzaba a burbujear.

-Hezme da sograté le nau-dije en voz alta mientras danzaba empapándome cada vez más.

El agua del lago se comenzó a agitar, la luna se había teñido ahora de rojo, había llegado el momento. Abrí la vasija que estaba entre mis manos y la volqué de golpe. De repente aquella arena negra que había guardado durante días emergió de la vasija y se disolvió en el agua del lago, ahora solo había que esperar a que él apareciera.

-Sazme le red or piliá ma yarda- conjuré de nuevo mientras agitaba mis brazos clavando mis ojos cuya pupila se mantenía dilatada sobre aquella arena que obedecía a mis movimientos.

El agua se agitaba cada vez más. Fue en aquel momento cuando sentí como mi espalda comenzaba a arder, sabía que la marca del poder que me había sido otorgado emergía ahora a la luz carmesí de la luna. Sin dudarlo prescindí del vestido. Lo dejé caer sobre el agua e ignoré el que este se sumergiera en ella. No tuve pudores en dejar aquel cuerpo humano completamente desnudo pues me interesaba mostrar el pentáculo invertido que ahora resplandecía negro en el centro de mi espalda.

-Derna op lies da nartu qüascel- dije para finalizar aquel hechizo observando como en mi mente se dibujaba lo que parecía la cabeza de una cabra demoníaca.

-¿Quién me ha llamado?-dijo al fin su voz tenebrosa y aplastante.

-Ailyn mi señor-dije al instante mientras me giraba para ver a mi maestro.

Frente a mí se mostraba ahora un hombre de estatura poco común entre los mortales. De las marcas naturales de su piel emergía una humareda de color azul y brillante al igual que del interior de su boca. Su cabeza mostraba largos cuernos retorcidos entre sí al mismo tiempo que sus ojos de serpiente me miraban con desdén.

No me demoré. No me tomé ni siquiera un momento para esperar a que mi energía mágica, mi maná se restaurara al completo, había sido un conjuro de invocación, un arte oscura que requería mucho poder. Tan solo me arrodillé para mostrarle mi fidelidad.

-¿Para que me has llamado?- dijo molesto por haber sido traído desde el que había sido mi mundo.

-Señor, sus hermanos han cruzado el límite que separa el mundo de los mortales del infierno-dije nombrando el mundo demoníaco como infierno sabiendo que el significado que utilizaban los humanos era completamente diferente al mío- Le ruego que haga algo-

-¿Qué te hace pensar que voy a actuar?-dijo de nuevo mientras sus palabras me traían pequeñas brisas de viento que azotaba el cuerpo de la humana a la que poseía.

-Señor, he recorrido un largo camino para encontrar un cuerpo que se asemeje al mío, he peleado con algún que otro demonio en mi peregrinaje y he llegado aquí sin ninguna ayuda-

-¿Has echo todo eso tú sola?-

-Si mi señor-respondí con cordura-Además le he traído almas de las que alimentarse-

Hubo un silencio mientras me apartaba para que viera los cadáveres de los jóvenes campesinos mientras me percataba de que los ojos de mi maestro se abrían hambrientos.

-Espera-dijo antes de devorar sus almas aun encerradas en aquellas débiles carcasas-¿Qué quieres a cambio bruja?-

-Solo quiero que libere a mis compañeros de su letargo eterno-expuse mi petición a la vez que aquellos ojos de serpiente se fijaban en mi otra vez-Nosotros nos encargaremos del resto-

-¡Eso es intolerable!-gritó mientras los cimientos de aquella cueva se sacudían ante su presencia-¡Aun les quedan mil años por dormitar!-

Mi mente caviló con rapidez. En mil años era seguro que los demonios no hubieran completado su dominio, era tiempo suficiente como para presenciar de lo que eran capaces para hacerse con la supremacía del mundo. A eso le sumaba una fidelidad con mi maestro aun más potente pues sabía a la perfección que no estaba dispuesto a traicionar una de las normas que la ciudad oscura enumeraba hacia sus habitantes. Pero ¿y si no le quedara otro remedio?

-¿Y si me sometiera junto a ellos?-expuse-A cambio de su permiso,…-

Hubo un silencio ensordecedor, las cuevas dejaron de temblar ante mi proposición mientras los ojos de mi maestro recorrían mi nuevo rostro y los cadáveres de aquellos muchachos.

-… y su silencio mi Señor-expuse contrayendo mi rostro infantil.

-¿Crees que podréis detenerlos vosotros solos?-preguntó.

-Sabes de lo que somos capaces mi Señor-dije sin llegar a alardear.

-Está bien ¿serán ellos sus nuevos cuerpos?-preguntó mientras señalaba con su gran dedo índice cubierto por escamas y con cuya garra era capaz de perforar cualquier material.

-Si mi Señor-

Abrió su boca mostrándome sus poderosas fauces a la vez que tomaba todo el aire que podía de la cueva. Me obligó a apartarme unos metros de aquella bocanada pues sabía que si me quedaba unos segundos frente a ella sería absorbida sin problemas. Los cuerpos de los campesinos fueron sacudidos levemente mientras un brillo azulado los envolvía. Las bocas de aquellos cadáveres se abrieron expulsando a través de ellas las almas de estos acompañados de chillidos envueltos en sufrimiento.

-Muy bien-dijo mi maestro con el apetito lleno-Sométete-

Me quedé mirándole fijamente, sabía que mis ojos ahora eran negros pues mis pupilas seguían dilatadas. Mi mente recordaba aquellos viejos entrenamientos que tuve con él. La época se remontaba mucho antes de que se descubriera la pólvora en el mundo de los mortales. Aprendí grandes cosas pero una de las muchas que logré memorizar fue su punto débil.

-¡Sométete!-gritó de nuevo sin obtener respuesta-¿¡Ailyn!?-

-A si perdona mi Señor-dije mientras volvía en mí y me arrodillaba de nuevo bajando la cabeza y apartando el cabello hacía un lado para mostrar parte de mi cuello pálido y natural.

Mi maestro se acercó hacía mí. Primero sus uñas acariciaron mi cuello, luego se introdujeron en él y posteriormente mi cuerpo cayó en un letargo que perduró durante años.