viernes, 4 de marzo de 2011

Remake. El incidente

Alimentaré vuestra ansía con este fascinante episodio de Sacrifico :)

ahi va la 3º parte






-¿Julia?-preguntó Yurena-¿Quién es Julia?

Todo era extraño. Los alumnos caminaban por los jardines del instituto bajo el sol de una mañana de primavera como si lo ocurrido en la tarde anterior realmente no hubiera sucedido.

-¿Estáis bromeando no?-pregunté mirando como mis amigos actuaban como si nada hubiera ocurrido.

Entonces sonó el timbre y ellos se levantaron para dirigirse a clase como el resto de alumnos. Amaya se quedó mirándome extrañada, sabía que decía la verdad pero era incapaz de créeme. Ni siquiera Cristian logró tranquilizarme con una sonrisa forzada.

Fingí seguirles para cuando me dieron la espalda alejarme de ellos en dirección al edificio residencial del instituto. Aflojé mi corbata y remangué las mangas de mi camisa, me apresuré a salir de aquel edificio para dirigirme al otro.

-Julia Rodríguez-dije mientras la mujer de la recepción rebuscaba entre sus cajones en busca de mi amiga.

Tardó diez minutos en revisar todos los ficheros. Después viendo mi cara de preocupación decidió repasarlos de nuevo pero cuando uno de los folios rajó su dedo decidió parar.

-Lo siento-dijo-La única Julia que tenemos se apellida Amancio ¿Quizá se ha confundido?

-Imposible-dije recordando aquel apellido perteneciente a un compañero de clase, el campeón de fútbol anual-En fin… siento haberla hecho perder el tiempo.

-¿No tendría que estar en clase?

-Tengo una hora libre-mentí antes de marcharme y ocultarme del profesor de gimnasia el cual mataba a correr a mis compañeros por el jardín del instituto.
Me senté detrás de un árbol los quince minutos restantes. No podía dar crédito a lo que estaba pasando y cada vez que lo pensaba estaba a un paso de enloquecer. Cansado de la postura que había tomado durante cinco minutos me tumbé en el césped para mirar las nubes de un cielo casi despejado.

Apoyé mi cabeza sobre mis brazos arqueados bajo ella y sentí como mis tripas se removían. Fijé mis ojos en el sol para juguetear con los rayos que me iluminaban y mis pestañas al abrir y cerrar el ojo. Cerré los ojos durante un breve periodo de tiempo en el cual casi me quedo dormido y cuando los abrí observé un cielo nocturno, estrellado y una luna roja que me miraba desde allí arriba.

Me incorporé a gran velocidad. El césped del instituto ahora se había convertido en un desierto de piedra negra. Cuatro árboles secos decoraban aquel paisaje y cuando quise observar el instituto observé unas ruinas muy parecidas a este.

-¿Qué es esto?-me pregunté.

De repente sentí como algo me sacudía desde la espalda. Cuando miré descubrí al hermano gemelo de Cristian, Óscar que me intentaba asustar. Una vez más mi mundo volvía a su total normalidad.

-¿Álvaro?-preguntó-¿El bueno de Álvaro escaqueándose de las clases?

-Hacia un buen día para tomar el sol-me excuse. Después observé una bolsa de plástico entre sus manos, una bolsa que lograba trasparentar una serie de objetos de diferentes colores-¿Y tú qué?

-Tuve que ir de compras-dijo mientras me dedicaba una sonrisa intentando escabullirse de mi atenta mirada.

-¿Petardos?-intenté vislumbrar.

-Pero son de esos pequeños-dijo él mientras caminaba en dirección al instituto.
-¿Te han vuelto a suspender?-le pregunté mientras le alcanzaba.

-Lo van a intentar-dijo él tornando su voz a un tono soberbio mientras llegábamos a una bifurcación en el pasillo-Buena suerte en tu examen de Historia.

-¡Gracias!-me apresuré a llegar a clase antes de que la profesora entrara por la puerta.

Mis compañeros guardaban sus apuntes dándoles el último repaso y yo ni siquiera me había molestado en meditar sobre el examen. Mis amigos me dedicaron una mirada extrañada mientras tomaba mi asiento. Con un carraspeo de la garganta de la profesora todos mis compañeros callaron sus murmullos justo antes de que las hojas del examen pasaran de un lado hacia otro.

-Si veo a alguien levantar la cabeza o intentar mirar el examen de alguno de sus compañeros quedaran suspensos todos-dijo la mujer-Jugar bien vuestras cartas porque es el último examen del trimestre. ¡Empezar!

Y como si fuéramos militares al mando de su capitán comenzamos a leer el examen y por lo menos yo a responder las preguntas de las que más seguro me encontraba. Me concentré de tal manera que hubo un momento en el que no escuchaba nada, ni los tacones de la profesora vigilando por la clase, ni si quiera el sonido de los bolígrafos escribiendo sobre las hojas en una carrera a contra reloj.

Subí la cabeza para apartar la mirada un momento de la hoja del examen cuando observé que ya no me encontraba en clase. Seguía sentado en mi pupitre, con mi examen y mi boli pero ahora el suelo de cemento había cambiado a un suelo negro y agrietado. Una suave brisa entraba por lo que aparecían las paredes de unas ruinas sin techo a través del cual podía ver de nuevo la luna ensangrentada de mis sueños.

Era tan real que podía oler la gasolina que el aire atraía de la zona baja de la ciudad. Un pájaro entro en lo que quedaba de mi clase revoloteó justo antes de caer inerte sobre mi examen. Alzó su cabeza intentando coger aire pero su estómago sangraba sin parar. Manchó mi hoja y luego salpicó mi cara. Una gotita se posó bajo mi labio casi obligándome a saborearlo.

-¡Fuera!-escuché la voz de mi profesora cuando la clase volvió en sí-¡Corra a la enfermería!
Observé como la profesora de historia se acercaba a mí alarmada y me agarraba como si me fuera a desmayar. Observé como mi boca goteaba sangre pringando aun más el examen que ya se había manchado una cuarta parte.

-¿Te ha sangrado la boca alguna vez más?-preguntó la enfermera que me tenía sentado en la camilla escullándome la boca con una linterna.

-No-dije torpemente mientras su linterna golpeaba un extremo de mi boca.

-¿Qué es esto?-preguntó mientras introducía sus dedos enguantados en látex.

Sentí como rozaban mi campanilla y se introducían hasta el comienzo de mi garganta. Por lo visto cogieron algo que comenzaron a sacar, sentía como el objeto extraño rozaba mi lengua.

-¿Una pluma?-pregunté asombrado mientras me agarraba el estómago sintiendo un vuelco en él.

La mujer me miró extrañada y tiró la pluma a la basura. Después me dio un vaso de agua y fingió saber que era lo que me estaba pasando. Cuando me quise dar cuenta me encontraba en mi cama con un termómetro en mi boca y con mi madre sentada en ella muy preocupada.

-Estoy bien mamá-dije mientras colocaba un paño húmedo en mi frente-De verdad.

-He hablado con tu profesora-dijo ella-¿Quién es Julia Rodríguez?

-Nadie-mentí sintiendo una punzada en mi corazón-Solo quería perder clase.

-Estás castigado-dijo ella mientras me quitaba el termómetro para ver mi temperatura-¡Oh dios!-gritó mientras soltaba el termómetro sobre la cama y corría escaleras abajo para llamar por teléfono.

Cuando cogí el termómetro observé que marcaba casi cuarenta y cinco grados. No podía ser real, me encontraba bien. ¿Qué me estaba pasando?

“Aquellas espadas de gran tamaño se mantenían forcejeando la una contra la otra. La primera era de una hoja negra brillante, con dos franjas rojas que recorrían sus extremos y una gran empuñadura con un lobo del cual colgaba unas cadenas que pasaban del comienzo de la hoja a la terminación de la empuñadura”

En cambio la segunda era una espada de plata. Su hoja estaba rayada seguramente por la cantidad de golpes que ya había recibidito y su empuñadura simple se encontraba casi rota.

Dos hombres se clavaban sus ojos con furia. Aparentemente eran iguales, mismo cabello, misma mirada. Mismo torso desnudo y trabajado, mismo pantalones de cuero. Pero lo que les diferenciaba era que el dueño de la espada más prestigiosa dibujaba una malévola sonrisa en su rostro mientras que al otro le chirriaban los dientes de la fuerza con la que los apretaba.

-¿Porqué te molestas?-dijo el sonriente tras un gran estallido de las espadas, mientras ambos proporcionaban un salto que los separaba el uno del otro-¿No te cansas?

-No te daré el gusto de verme sangrar-la voz del segundo rebosaba de furia mientras la hoja de su gran espadón caía partida en el suelo.

Como si hubiera estado ensayado ambos tomaron la forma de dos grandes lobos. El primero gris y blanco y el segundo negro completamente. Los lobos se enzarzaron en una fiera batalla a base de dientes y garras. No se podía vislumbrar nada hasta que ambas bestias se separaron la una de la otra.

El lobo gris dejaba caer sangre a través de su boca, pero no era suyo si no del hombro de su enemigo. El segundo lobo ni siquiera se había quejado ante tal mordisco y ahora gruñía amenazante.
Ambas bestias clavaron sus ojos rojos con una furia que hubiera atravesado cualquier obstáculo, si lo hubiera habido. Sus zarpas provocaban huellas en aquel suelo de piedra mientras la luna ensangrentada les iluminaba desde aquel cielo apoteósico.
El lobo negro perdía demasiada sangre pero no parecía importarle. Entonces el primer lobo se abalanzó sobre el segundo y antes de que pudiera sentenciarle una gran llama roja arremetió contra él.
Furioso el lobo gris tomó con sus fauces el espadón de hoja negra con franjas rojizas y se apresuró a alejarse de allí. Aquel gran lobo negro retomó la forma del hombre el cual colocaba su mano sobre el hombro rodeado de su propia sangre.

-No hacía falta que me ayudaras-dijo quejándose.

Una mujer emergió de la oscuridad de una de las calles que formaban aquellos edificios en ruinas. Su cabello rizado y oscuro se mantenía amarrado en forma de una coleta alta mientras unos ojos rojos se apagaban. Lo que parecían dos pequeños cuernos emergían desde su frente. Tan largos como un dedo índice y tan gordos como uno pulgar.

-Un simple gracias hubiera valido-dijo ella acercándose al hombre y observando su herida de aspecto preocupante-Volvamos.

“Ella caminaba sin preocupaciones, erguida y orgullosa con sus brazos cruzados luciendo aquel chándal juvenil mientras su compañero la seguía sin protestar por su herida e intentando no dejar rastro con su sangre.”



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