domingo, 27 de marzo de 2011

Remake. El lago helado

Seguidores de Sacrificio. después de una semana y una larga espera llega el capitulo 8. Espero que os guste y que espereis con ansia el siguiente. Una fabulosa historia de demonios.








-¡Ian!-me gritó él desde unos metros más adelante mientras su córcel el cual había sido anteriormente negro ahora resplandecía de un rojo intenso.

-¿Sí?

Hacía ya bastante tiempo que habíamos dejado el bosque atrás. Incluso habíamos cruzado el río sin ningún problema ya que un tronco nos sirvió de puente. Ningún peligro nos acechó en el primer tramo del camino, los vigilantes hacían bien su trabajo limpiando las amenazas que podrían surgir alrededor de la ciudad de la oscuridad.

-Deberíamos de acampar-dijo Orem-El sol está a punto de ponerse, llevamos medio camino recorrido y las monturas palidecen, están cansadas.

-Tienes razón-dije sintiendo como mis tripas gruñían hambrientas.

-Busquemos un buen sitio para parar-dijo él mientras reducíamos el ritmo de nuestro paso al mínimo buscando un punto en aquel bosque de pinos-Aquí está bien.

Descabalgué mi yegua ahora blanca y observé como mi compañero abría su gran mochila para rebuscar en ella. Entonces sacó una especie de flauta y comenzó a tocarla. Mi rostro se contrajo un tanto extrañado, teníamos que acampar y él se mantenía tocando una hermosa melodía con su flauta, allí sentado en el suelo mientras miraba el suelo como si fuera la única preocupación de la noche.

-Esto,…-dije sintiendo como se levantaba una brisa y me erizaba la piel-Orem…

Entonces observé como esa misma brisa empezó a remover el suelo cubierto por las hojas. Primero se formó un cubículo con las hojas que bailaban de un lado hacia el otro y cuando me quise dar cuenta la arena, el barro y la piedra del suelo comenzaron a moverse con ellas.

-¿Qué es esto?-me pregunté observando cómo se formaba un iglú de un gran tamaño y mantenía la forma mientras la melodía de la flauta de mi compañero se apagaba poco a poco.

-Vamos dentro-dijo él-Antes de que comience a llover.
Miré al cielo a través de una apertura en la copa de aquellos árboles y sentí como las nubes comenzaban a escurrir pequeñas gotas de agua. Ni siquiera me había cerciorado de ellas hasta que él había hablado.

Y allí estaba él observando como sobre una alfombrilla que él mismo había extendido sus armas resplandecían intactas y nuevas. Me acerqué a tiempo de que la puerta del iglú se cerrara con una gran roca que dejaba entrar una cantidad razonable de la brisa natural que ahora se levantaba en el exterior.

-¿Qué ha ocurrido ahí fuera?-pregunté ignorante.

-Verás-dijo-Conozco a un herrero que está intentando juntar la magia con los utensilios y armas que él mismo forja. Me pidió que probara algunas de ellas para comprobar que la armnonía que quiere crear es tan natural como la propia tierra. Lo que acabas de ver es una flauta invocadora de refugios. Según él es capaz de crear un refugio en los lugares más inhóspitos, y bueno, acabamos de ver su efecto.

-¡Qué interesante!-me arrodillé junto a él y observé como en medio de aquellas espadas se podían observar utensilios como una especie de guantes con un extraño artefacto en su palma, un brazalete de cobre o una diadema de plata. Todos ellos con inscripciones demoníacas propias de las brujas de mi ciudad.

Mis tripas rugieron de nuevo y mi cabeza comenzó a dar vueltas. Primero sentí como si el cuerpo me pesara y antes de que pudiera darme cuenta me encontraba tumbado sobre el regazo de mi compañero el cual me colocaba un paño húmedo en la frente.

-¿Estás bien?-preguntó mientras aquella sensación se hacia cada vez más débil pero no llegaba a desaparecer.

-Estoy,… un poco mejor-respondí mientras le miraba.

Entonces experimenté la sensación del íncubo hambriento. De repente Orem me parecía tan atractivo que aquel desdichado lugar me parecía el sitio idóneo para alimentarme. Pero para cuando mi mente comenzó a reaccionar por si misma mis labios se mantenían humedecidos por la saliva del muchacho.

-¡¿Qué ha sido eso?!-preguntó alarmado mientras se deslizaba aterrado a la parte más alejada del iglú.

-¡Lo siento!-dije-¡Es qué tengo mucha hambre! ¡Y si no me alimento de carne tengo que alimentarme de alguien!

-Vale, vale…-su rostro aterrado me parecía sumamente divertido-Iré a cazar algo, quédate aquí quietecito ¿entendido?

-No aguantaré-dije con una voz un tanto insinúate mientras mi dedo índice limpiaba la saliva que caía por uno de los extremos de mis labios.

-¡Suerte que estamos en nuestro mundo y que la carne de los animales tienen cualidades demoníacas!-se dijo para si mismo intentado ignorar mi actitud seductora-¡Llegamos a encontrarnos en cualquier otro mundo y me muero del asco!

-Puedo hacer que mueras feliz-ahora ya no controlaba mis palabras.

-¡Qué os pasa conmigo!-gritó.
Los ojos de Orem comenzaron a brillar pero no porque estuviera haciendo uso de sus poderes demoníacos los cuales desconocía si no porque quizá estaba a punto de llorar desesperado por temor a caer en mis manos. Entonces consiguió esquivarme a tiempo y salir por la apertura que ahora se abría automática en la entrada del iglú. Me apresuré a alcanzarlo pero cuando salí ya no había nadie, había sido veloz en desaparecer.

Las gotas de lluvia me azotaron, la humedad que ahora cubría mi cuerpo casi se trasformaba en vapor de lo caliente que estaba mi piel. Me refugié de nuevo en el iglú de piedra y busqué algo con lo que entretenerme para no pensar en cómo mis tripas rugía una y otra vez.

-Qué extraño-me dije mientras cogía uno de esos guantes de cuero marrón que me resultaban verdaderamente interesantes-Parecen totalmente normales-me aseguré de que no escuchaba a mi compañero a las afueras del refugio mientras me lo ponía en la mano izquierda-Supongo que no le importará que les eche una ojeada.

Senti mientras me ponía el guante que este me quedaba enorme pero cuando terminé de introducir mi mano este se ajustó a mi medida como por arte de magia. La pequeña perla verde que se mantenía incrustado en la palma de mi mano, acompañada con un engarce de encantamientos comenzó a brillar al compás de la otra perla que aguardaba en un segundo guante.

Sintiendo aun más curiosidad de la que había sentido antes me coloqué el otro guante en mi mano derecha y de nuevo ajustándose a mi medida ambas perlas cesaron su proyección de luz. Giré mi cabeza observando con rareza aquellos guantes verdaderamente extraños. Deslicé mis dos dedos índices sobre las perlas y comencé a acariciarlas. Entonces sentí como las perlas comenzaban a brillar incitándome a apretarlas como si se trataran de un botón.

De repente un humo dorado emergió de ellas y antes de que pudiera reaccionar dos espadas se posaban en mis manos. Unas manos asustadas que las soltaron como si se trataran de la rozadura de un espectro.

-¡Aaaaah!-grité mientras las espadas caían sobre el resto de armas.

Entonces mi mente más curiosa que de costumbre pensaron que si apretaba de nuevo las perlas otras dos espadas emergerían de la nada, y así continuamente. Si estaba en lo cierto estos guantes podrían ser el futuro de una herrería portátil.

-Deja de soñar Ian-me dije mientras las espadas tomaban de nuevo la consistencia de humo dorado y regresaban a mis manos-Bastante tienen con poder aparecer.

Escuché unos pasos en el exterior. Me apresuré a quitarme los guantes y a dejar las espadas entre la marabunta de armas. Después me tumbé en el suelo y disimulando sentí como mi compañero se adentraba en el refugio.

-Solo he podido encontrar esto-dijo mientras me mostraba cinco conejos de la noche colgados boca abajo en sus manos.

-¿Solo?-pregunté-¿Cuánto sueles comer?

-Cinco de estos es un tentempié.
-Yo con uno me conformo-dije mientras él rebuscaba en su mochila seguramente algún otro misterioso objeto-El resto te los dejo a ti,… compañero.

-Come lo que tengas que comer, pero no vuelvas a lanzarte sobre mí-dijo con seriedad mientras tomaba una especie de rama y un mechero-O te mataré antes de que puedas presentarte ante los cuatro monarcas.

-Lo siento.

Acercó la llama del mechero a la ramita de madera y se formó una gran hoguera. Aquello no era nada fuera de lo común, había unos árboles específicos que prendían demasiado. De hecho quedaban pocos en el mundo, conseguir una de sus ramas quizá podría hacerte rico.

-¿Te gusta la carne tan cruda?-pregunté impaciente porque la carne de mi conejo cuyo pelaje negro permanecía en la mochila de Orem, tomara un color más quemado para poder comerla.

-La pongo al fuego para calentarla, me gusta poco hecha.

-De hecho te gusta no hecha-bromeé-Esa aún sangra.

La verdad es que estar con él me agradaba. Me sentía agusto, tanto conmigo mismo como con él. Ahora podía mirarlo de nuevo como a un compañero y no como a una presa. Quizá si dejaba a un lado el hecho de que estaba aquí por encargo, quizá podría verle como un amigo.

-¿Por qué estabas tan nervioso?-pregunté.

-No se te escapa ni una.

-Me dijiste que luego me lo contarías,… y aun sigo esperando-le sonreí.

-Está bien, solo espero que no pienses que soy diferente de lo que ves-comentó antes de comenzar a trasmitirme todo lo que le había pasado. En ese mismo instante mis ojos se fijaron en él y mi mente cabalgó hasta el mismo momento en el que le pasó aquello.
“El distrito de los licántropos se situaba cerca del centro en la ciudad de la oscuridad. Era uno de los barrios a los que se tiene que acceder para poder alcanzar el castillo de cualquiera de los cuatro monarcas.

Un lugar familiar donde las manadas de licántropos caminan sin la preocupación de ser atacados por sus hermanos. Más que un barrio parecía un pueblo dentro de la ciudad, incluso la luna roja como la sangre observaba con orgullo esa parte del infierno.

Su cuerpo giró en el aire hasta situarse en la espalda de su contrincante. Su brazo musculoso impulsó su puño hasta golpear la espalda del otro joven casi idéntico a él. Lo único que les diferenciaban era la forma de sus cabellos. El primero media melena y grasientos, y el segundo cortos y de punta.

-Muy inteligente-comentó el segundo mientras se incorporaba del golpe-Se nota que has aprendido de mí.

-Ezequiel-carraspeó su garganta el primero-Llevo décadas intentando no ser como tú.

-¡Bastardo!

-Me suelen llamar Orem-sonrió.

Ezequiel pareció enloquecer cuando su cuerpo desnudo se trasformó en el de un hermoso lobo de pelaje negro de apenas dos metros, con una pequeña mata de pelo blanca en su pecho.

-Cómo te gusta alardear-dijo él mientras esquivaba los placajes de su hermano gemelo con ágiles movimientos.

Entonces apareció una muchacha de largos cabellos platinos vestida con un acogedor vestido blanco. Las lágrimas se desprendían de los ojos de la muchacha y sus puños temblaban hasta alcanzar un nivel de alta preocupación.

-¡Shayla!-gritó Orem cuando la vio de res pabilón al haber dado una vuelta en el suelo de piedra.
-Lo he perdido-dijo ella-El pendiente que me regalaste, lo he perdido…

El muchacho se quedó perplejo observando como el rostro de la muchacha se contraía de dolor, sus rodillas vencían y caía al suelo angustiada. Ezequiel no dudó en aprovechar ese momento para derrotar a su hermano. La envidia embriagaba las ahora garras del lobo que encarnaba y su mente cavilaba la forma de sorprender a los monarcas de la ciudad, al menos antes de que su hermano mejorara más de lo que lo estaba haciendo.

-¡Ezequiel!-gritó Orem sosteniendo las fauces de su hermano con el sudor de sus manos las cuales sangraban-¡Detente!

La pierna del muchacho consiguió apartar a la bestia. Ezequiel rodó unos metros mientras su hermano ahora encarnaba la forma de un lobo completamente negro. Aquellos ojos rojos se clavaron los unos con los otros.

Aquellos dientes resplandecían bajo el sol negro mientras aquella dama se percataba de lo que estaba a punto de ocurrir. Antes d eque se pudieran abalanzar el uno sobre el otro la muchacha se colocó en el centro.

-Deteneos por favor-dijo sin ser escuchada-¡He dicho que os detengáis!

Los lobos se acercaron a ella y como si se trataran de dos cachorros desamparados esperaron una caricia por parte de la muchacha. Pero esta solo golpeó sus morros con dos ligeros puñetazos.

-¿A qué ha venido esto?-preguntó Ezequiel mientras retornaba a su forma de humano desnudo.

-No tengo la culpa, él empezó-dijo Orem repitiendo el proceso de trasformación.

-Tú-señaló al del cabello corto-¡La protección va a empezar en poco tiempo! ¡Ve a prepararte!

-Mandona-dijo él mientras se alejaba sin pudor alguno.

-Tranquila-dijo él-Me dijeron que mi compañero será el último en ser nombrado. Puedo ir a recuperar el pendiente.

-Lo siento-dijo ella lanzándose hacia los grandes brazos del muchacho.

-No-dijo él un tanto nervioso-no te preocupes de verdad.

Entonces los labios de la muchacha besaron a los de Orem. La suavidad de su tacto y la calurosidad que este trasmitían provocaba que el muchacho se sintiera sumamente agusto.

-¿Cómo lo harás?-preguntó ella.

-Rastrearé tu olor-respondió-Repetiré tus pasos y lo encontraré,… resérvame dos monturas en el establo, por favor.

-¡Claro!-dijo ella-Te he dejado la ropa preparada encima de tu cama. No he querido tocar la foto de tu padre,… sé que la tienes mucho aprecio.

-Es lo único que me queda de él-dijo-Gracias Shayla, de verdad.

Y trascurrió el tiempo. Cuando Orem se quiso dar cuenta estaba vestido con la ropa que le fue entregada para la última prueba del hombre-lobo mayor. Si conseguía traer con vida a su protegido, pasaría a ser un licántropo oficial. Solo tendría que presentarse ante uno de los cuatro monarcas y hacerse conocer.

Aunque ¿Cómo no iban a conocer a los hijos del renegado? ¿A los hijos del hombre que fundó uno de los más peligrosos enemigos de la ciudad?

El olor se bifurcaba en el camino. Ahora dudaba cual debía de coger. Si aquel hecho de piedra blanca y embriagado de frialdad, o al contrario el otro que se adentraba en el distrito de los demonios ígneos, un distrito donde arder era algo normal.

-¿Perdona?-dijo cuando vio a una fémina.
-¿Te pasa algo?-contestó ella con frialdad.

Se trataba de una muchacha de larga estatura. Con un cabello ondulado y oscuro y dos pequeños cuernos que emergían a través de su frente. Su piel trasmitía un abrasador calor incluso a unos metros de ella.

-No te robaré mucho tiempo-sonrió él arrascándose la cabeza con simpatía-Sólo responde ¿Izquierda o derecha?

El azar era lo único que le guiaba cuando no sabía que hacer. Y ahora estaba en manos de aquella demonio ígnea el elegir el rumbo del licántropo.

-No es mi problema-dijo ella-Elige donde morir, pero no salpiques cuando lo hagas pues otros limpiaran lo que tu ensucies.

-Qué simpática-ironizó él.

-Solo bromeaba-sonrió ella abandonando un poco su frialdad pero sin poder evitarla del todo-¿Qué prefieres el calor o el frío?

-¿Qué prefiero?-repitió la pregunta. Pero entonces su mente pensó en Shayla-¿Qué prefiere?

“-Prefiero mil veces viajar a la nieve que ir al desierto-“resonó en su mente “-Puedo soportar el frío y si no lo hago siempre me queda la opción de transformarme en loba. Pero el calor,… aun estando desnuda lo sufro-”

-¡Gracias!-dijo él mientras se apresuraba.

-Adiós…-dijo ella tan bajo que nadie la escuchó.

El olor le condujo a través de un bosque completamente nevado. Unos árboles que le abrieron paso hasta llegar a una pequeña montaña. El sol hizo que algo brillara verde, tan verde como el rubí.
-Ahí está-se dijo él mientras clavaba sus uñas para escalar con velocidad la pequeña montaña.

Entonces lo cogió. El pendiente se había mantenido allí en medio de la nieve, si hubiera tardado un poco más, quizá unos minutos el pendiente hubiera desaparecido bajo la nieve.

-Ha faltado poco.

Pero entonces la montaña cedicó y la parte en la que estaba apoyado se desprendió u ambos se precipitaron al vacío.

Primero sintió el golpe de las rocas sobre su cabeza. Después como la nieve se derretía ante su tacto y segundos más tarde como el agua completamente helada penetraba en su cuerpo y le hacía entrar en la más profunda incosciencia.

No se supo cuanto tiempo pasó cuando sus ojos comenzaron a abrirse. Entonces sintió como su cabeza se mantenía apoyada sobre algo que no era la roca y mucho menos ela gua helada a la que había caído. Cuando sus ojos actuaron con normalidad pudo vislumbrar una hermosa figura.

Su piel tan blanca como la nieve se mantenía completamente desnuda bajo Orem. Sus pechos le impedían ver su rostro al completo, pero sus largos cabellos blancos recorrían su cuerpo y se posaban en el suelo. Dos brillantes ojos azules le miraban con frialdad mientras unas manos tan frías como el hielo jugueteaban con su cabello.

-¿Estás bien?-dijo una voz sedosa e inexpresiva.

Orem se incorporó sobre saltado y la torpeza que ahora le acompañaba provocó que sus rostro cayera sobre el de ella. Ahora ella estaba tumbada bajo él, con un rostro contraído en sorpresa mientras sus pechos eran aplastados por los músculos del muchacho. Los labios del licántropo no podían separarse de los de la fémina pues el frío que los recubría había provocado que estos se pegaran a los suyos. Entonces ella esbozó una sonrisa mientras se podía distinguir con dificultad como su rostro se ruborizaba.

-¡Lo siento!-dijo él mientras tiraba con todas sus fuerzas e ignoraba el dolor que esto le producía al separarse de ella.

-Me llamo Dana-dijo ella de nuevo con su voz sedosa e inexpresiva-Y solo tengo ojos para ti.

-¡Aaaaaaaaah!-entonces Orem salió despavorido. Aquella muchacha le observaba con unos ojos embriagados en felicidad.”

-Después te encontré-dijo él.

-Dicen que los demonios de la nieve tienen poca esperanza de vida-expliqué recordando los libros de demonología-Qué cuando aun son crías no logran soportar la temperatura de sus padres y que esto les provoca que casi mueran. Y que es en la última etapa de su enseñanza cuando tienen que luchar contra el más temible frío, y que si una pizca de calor les roza puede que no sea tan fríos como el resto y esto provoca que sean sentenciados.

-¡¿Enserio?!-gritó Orem histérico mientras un pedazo de conejo salía disparado desde su boca-¡¿Ha podido morir por mi culpa?!

-Si tu historia es real-dije-O una de dos, o esa tal Dana está sepultada o la han acogido como algo diferente. La ciudad oscura también ha avanzado ¿Desde cuándo un íncubo va a por un gólem?





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