miércoles, 2 de marzo de 2011

Remake. Una nueva Salamanca

Aquí os dejo el primer capítulo del Remake de esta gran historia. El lector verá el nuevo cambio que ha sufrido el mundo de la historia. Espero que os guste




Mi nombre es Álvaro Sánchez. Soy un estudiante de segundo de bachillerato y este es mi último año en el instituto Luciana de Salamanca.

-¡Hola Alvarito!- me gritó Alba efusiva cuando las puertas del metro salmantino se habrían para dar paso a los nuevos viajantes. Se alegraba tanto de verme como yo a ella.

No es que sea un estudiante al que tomar ejemplo, simplemente me limito a aprobar, aunque a veces me toqué arriesgar mi nota al suspenso. Mis compañeros no son excepcionales, y el que vayan de uniforme no los hace parecerlo.

-A mi me da tres mil quinientos-respondí tras comprobar como la operación se efectuaba en la calculadora.

-Son cuatro mil-dijo con frialdad Verónica mientras movía el bolígrafo de un lado hacia el otro.

-¡Estáis confundidos!-se levantó de repente la lista de la clase-Tres mil novecientos noventa y siete con noventa y nueve-como de costumbre la profesora la aclamó con aplausos mientras la dejaba escribir el resultado en la pizarra.

El mundo no recorre sus mejores tiempos. Las ciudades se han dividido en barrios situados a largas distancias entre las partes bajas de la ciudad y las partes más altas. Siempre me he encontrado en la zona más alejada del centro. Mis padres decidieron reunirse con el resto de ciudadanos de clase alta en aquel perímetro amurallado y prestigioso. Pero eso no me impide día tener que coger el metro y desear por encima de todo mezclarme con la clase media y baja.

-¿Está tarde?-pregunté mientras cortaba el filete con ayuda del tenedor a la hora de comer.

-Sí, lo llevamos pensando desde hace dos semanas-expuso Julia con liderazgo mientras se atiborraba a patatas fritas.

-¿Y qué le diréis a vuestros padres?-esta vez fue Cristian con un tono de preocupación el que habló mientras su dedo daba vueltas sobre el morro de su botella de agua.
-¡Venga Cris!-gritó su prima Amaya-Un día es un día.

-¡¿Les mentiras?!-preguntó efusiva Yurena mientras se acercaba cada vez más a él con uno de sus botones desabrochados de la camisa mostrando un hermoso escote-¿Lo harías por mí?

-Te pareces a Lorena-comentó Verónica sin ni siquiera mirarla a la cara-Como sigas haciéndolo tan adrede vendrá algún pervertido a sacar provecho de ti.

-No seas cruel-dijo Yurena de nuevo abrochándose la camisa y golpeando con su dedo la nariz del preocupado.

-¿Y qué les digo?-ironizó él-Papá, mamá… me voy a ver vagabundos, si no vuelvo a la hora de cenar es porque me habrán comido.

-¡Bestia!-le golpeé yo sonriente-Que no tengan nuestro nivel de vida no quiere decir que no tengan comida.

-¿Cómo lo sabes?-apareció Jorge por mi espalda con una bandeja y su comida de hoy-¿Has ido alguna vez?

-No-respondí mirando a la pantalla mi ordenador portátil mientras pasaba a limpio los últimos apuntes de clase.

Y aquel era mi grupo de amigos. Ocho adolescentes presos del dinero de nuestros padres que intentábamos seguir los pasos de ellos aprobando en aquel instituto residencial de la ciudad. Muchos de nuestros compañeros ni siquiera eran de aquí, simplemente habían venido para estudiar en el más prestigioso de los institutos españoles.

Apenas estábamos al comienzo del dos mil veinte y la crisis crisis e había extendido por la zona baja de la ciudad. Las noticias no dejaban de exponer accidentes frutos de la desesperación o extraños sucesos que ni siquiera yo llegaría a entender.
Y para colmo desde hace apenas unos días aquellos sueños me atormentaban cada noche. Un demonio que mataba a otros como él. Utilizaba extrañas estratagemas para hacerlo y siempre lo conseguía.

-¿No deberíamos de esperar al resto?-preguntó Amaya cuando el autobús se detuvo frente a nosotros.

-No van a venir-respondí esperando a que mis tres amigos entraran en él.

Cuando yo lo hice me vino un fuerte olor a gasolina. No tenía nada en contra de aquel medio de trasporte, pero desde hace cinco años la gasolina ya no se utilizaba. Se encontró demasiado petróleo y esto hizo que su precio decayera. Ahora lo que se ansiaba era la energía solar. Todo funcionaba con energía solar. Sin ruido, sin mal olor y de un precio bastante caro. No se trataba de la energía en sí, si no de una especie de pilas en la cual residía lo que empuja todo lo existente en nuestro mundo.
-Qué aspecto llevamos-comenté sintiéndome raro entre aquellas ropas.

-Solo es un chándal-me dijo ella-Los conseguí por internet, cuando busqué ropa de clase baja-se acarició el flequillo desfilado-Que mal huele.

-Yo ya me he acostumbrado-comenté cuando me sentaba junto a Julia la cual tapaba su boca con un pañuelo.

-Eres como un ratón-comentó ella mirando hacia arriba un tanto mareada cuando el autobús giró una curva muy cerrada-Te acostumbras rápido a lo nuevo.

-Me gustaría haberte visto cuando se utilizaba la electricidad-comentó Jorge que se había situado lo más cercano a la ventana para que el aire se llevara aquel fuerte olor.

El autobús se introdujo a través de un arco de piedra descuidada para adentrarse en una de las calles principales de la ciudad. Entonces me quedé perplejo porque según avanzábamos podíamos ver como los edificios de la parte derecha se situaban sobre un conjunto de arcos que nos miraban.
Exactamente el lugar donde llevaba combatiendo el demonio de mis sueños durante tres noches seguidas.

-¿Qué te pasa?-me preguntó Julia bajo su mano.

-Nada-sonreí.

Mis ojos pasaron desapercibidos sobre aquel gran número de gente que paseaba con total normalidad. Como si sus vidas fueran tan normales como la mía.

Entonces bajamos del autobús en su última parada y comprobamos que la ciudad olía tan o más a gasolina que nuestro medio de trasporte. Cuando Amaya y Jorge arrugaron su gesto, Julia ni siquiera se molestó en quitarse la mano de la boca.

-¿Dónde queréis ir?-pregunté mientras cruzábamos la carretera siguiendo a un grupo de jóvenes subidos en monopatines que propulsaban con sus pies y no con motor.

-Vamos a la zona comercial-dijo mi amigo mientras pasábamos frente a un kiosco.

Y eso es lo que hicimos. Caminamos hacia adelante e intentamos no callejear para no encontrarnos ninguna sorpresa. Hoy tenía una extraña sensación, como si nos persiguieran, pero cada vez que me giraba para comprobarlo no había nadie.

-Estás muy raro-comentó Amaya cuando entramos en la calle más comercial de la ciudad.

-Me duele un poco el estómago-mentí.

-Debe ser este olor-comentó Julia-¿quieres volver?-negué con la cabeza.

Aquella calle tenía tiendas repartidas a ambos lados. Y entre tienda y tienda pequeños puestos de ropa de segunda mano o incluso puestos de comida a los cuales acudíamos curiosos para comprobar que la comida de allí abajo no tenía tan mala pinta como se rumoreaba.

-¡Mi padre!-gritó Amaya tirando de mi brazo e introduciéndonos en una callejuela.

-¿Tú padre?-pregunté.

-Es sanitario ¿recuerdas?-dijo ella mientras se asomaba.

-¿sanitario?-preguntó Jorge un poco emocionado.

-Se encarga de cuidar que los ciudadanos no caigan enfermos con la contaminación.

-Sé lo que es un sanitario-dijo de nuevo Jorge llorando de admiración.

-Viene hacia aquí-dijo Amaya cogiendo el brazo libre de Julia y corriendo a través de aquella callejuela que descendía -¡Correr!

Y lo hicimos. Corrimos como nunca lo habíamos hecho. Aquella callejuela se introducía por una serie de pasajes ligeramente oscuros y con un olor muy diferente al de arriba. Aquí olía como a estiércol pero con mucha más fuerza.

-Creo que voy a vomitar-dijo Jorge apoyándose en la pared mientras yo seguía avanzando dejándoles atrás.

Mis ojos se quedaron perplejos cuando lo vi. Un cadáver brutalmente desgarrado yacía en el suelo. Se trataba de una mujer de largos cabellos cobrizos.

-Esto le encantaría a Vero-comenté mientras me alejaba de él asqueado.
-¿Le encantaría el qué?-preguntó Amaya que casi caída del susto al verlo.

Quisimos apartar la mirada del cadáver y volver con la gente de nuevo, de verdad que lo quisimos pero de repente la sangre carmesí de la mujer comenzó a oscurecerse mientras su cuerpo se trasformaba en cenizas.

Estuve a punto de desmayarme cuando aparecieron ellos. Tres jóvenes que impedían que avanzáramos. Dos situados a ambos extremos de la callejuela y uno que se agachaba para tocar los restos de lo que había sido una mujer.

Julia emitió un fuerte alarido cuando aparecieron de la nada. Habían caído desde uno de los tejados y no se habían hecho ni un solo rasguño.

-¿Qué trae a unas criaturas como vosotros a esta parte de la ciudad?-preguntó el tercero mientras se levantaba y se acercaba a nosotros.

-¿De qué hablas?-me atreví a decirle mientras él me tomaba del cuello y me levantaba del suelo sin mero esfuerzo.

-¡Álvaro!-gritó Amaya mientras se abalanzaba a la espalda del hombre y este se la quitaba con su otro brazo como si se tratara de una mosca la cual caía en el suelo para ser aplastada.

Mis amigos intentaron hacer algo antes de que mi rostro comenzara a entumecerse. Pero aquellos dos maleantes los agarraron y los amenazaron con lo que parecían unas navajas muy afiladas.

Aquel hombre pasó su lengua sobre mi cara y me babeó justo antes de mirarme un tanto asustado y dejarme caer en el suelo. Primero sentí como el aire regresaba a mí y luego comprobé como aquellos tres maleantes salían corriendo como si hubieran visto alguna especie de fantasma.

-¿Qué está pasando?-me pregunté.

..

El sol no parecía haber salido desde hace mucho tiempo. La luna se mantenía oculta tras unos nubarrones tan negros que casi se camuflaban con el propio cielo nocturno. Una pequeña brisa había comenzado a azotar aquellos tejados salmantinos.

Allí estaba él, con aquel cabello impune y de un dorado tan muerto que casi se le confundía con el gris. Sus cuernos seguían igual de torcidos y brillantes como siempre y sus del color de la aceituna se mantenían tranquilos observando aquella ciudad.

No se trataba de una Salamanca intacta por la cual los ciudadanos recorrían sus calles sin preocupaciones. Ni si quiera se trataba de las calles más pobres de la ciudad. Ahora la ciudad estaba medio derruida. Pocos edificios quedaban en pie, entre ellos la gran catedral que asomaba a través de lo que parecía un campo de batalla.

-Has venido-dijo la voz de aquel demonio. Suave, agradable y ligeramente alegre.

-Te dije que no te iba a dejar solo-sonó otra voz. Esta vez femenina y aguda, como si se tratara de la voz de una niña.

Pero no lo era, su silueta era la de una mujer. Sus cabellos casi ocultaban las curvas de su trasero y su flequillo recto y azabache contrastaba con aquellos ojos, si se podían llamar así. Se trataban de dos globos oculares de un ligero tono carmesí los cuales reflejaban lo que la mujer miraba.

-¿Qué ha ocurrido?-preguntó ella acercándose al demonio luciendo aquella ropa vaquera acompañada de sus botas camperas.

-Duermes demasiado-dijo él mientras las primeras gotas de lluvia caían sobre ellos.

En apenas unos segundos la ciudad se vio inmersa en una gran llovizna que casi empañaba la vista de los demonios. Ambos observaban aquella ciudad casi sumida en una plenitud de edificios destruidos. Hace tiempo que dejaron de lamentarse por no haber podido parar aquello, ahora intentaban remediarlo.

-Están cerca-dijo ella sintiendo como la lluvia caía sobre otros individuos además de ellos dos.

-¿Qué son?-preguntó él apartándose el cabello mojado de la cara.

-Rastreadores-respondió-Son tres rastreadores.

El rostro infantil de aquella demonio de mirada vacía cambió enojado. Sus labios se apretaban uno contra el otro mientras sus pies se propulsaban al vacío de lo que quedaba de las calles salmantinas.

Sin rasguño alguno aterrizó en aquel suelo de tierra y observó como tres hombres se acercaban a ella a gran velocidad. Sus ojos tan rojos como la sangre y sus cuerpos incurvados como si se trataran de animales en busca de su próxima presa.

Sus patas delanteras disponían de grandes uñas afiladas de un tono metálico, a larga distancia se podían confundir con cuchillos pero una vez te fijabas veías las zarpas de un animal.

Con una complicidad ganada durante siglos aquellos tres rastreadores se abalanzaron sobre la aparentemente mujer de cabello azabache. Sus afiladas garras ya anhelaban atravesarla cuando está se propulsó en el aire giró como si se tratara de una rama la cual había sido lanzada al aire y cayó segundos después esquivando por completo el ataque de sus enemigos.

Aquellos ojos inquebrantables los cuales ahora reflejaban la silueta incurvada de sus tres enemigos se cercioraron de los restos de la sangre de su última víctima. Una fuerte brisa agitó el largo cabello de la demonio, primero el cabello pareció chocar contra dos bultos pero cuando aquellos lisos filamentos agrupados se estiraron hacia atrás se pudieron ver como dos cuernos emergían de la cabeza de la mujer.

Aquellos cuernos se podían comparar con las astas de un toro a punto de embestir con la pequeña diferencia de que estos no eran de marfil blanco, si no de un liso y afilado negro.
El demonio de cuernos curvados la observaba desde la altura en aquel edificio. Sus labios sonrieron suavemente cuando el cielo comenzó a tronar. Aquello demostraba que su compañera estaba dispuesta a acabar con aquello.

Aquellos rastreadores la encerraron en el interior de un triangulo del cual ellos jugaban el papel de puntas. Ella ni si quiera se inmutó cuando ellos tomaron aquella formación de combate pues podía sentirlos aun cuando no los mirara pues la lluvia que caía sobre ellos y el viento que rozaba sus cuerpos la trasmitían todo lo que necesitaba saber.

El combate trascurrió a gran velocidad. Dos de los rastreadores chocaron el uno contra el otro atravesándose con sus garras cuando ella se apartó de su línea de ataque. Y al tercero le faltó tiempo para sucumbir a los ágiles movimientos de la demonio que agarró sus brazos y los separó de su cuerpo para utilizar las garras de su enemigo como su propia arma.

Una vez en el suelo pero aun con vida el rastreador intentó atacarla justo antes de que un rayo le fulminara y pereciera junto a sus compañeros tiñendo el suelo de sangre mientras los rayos, las nubes y la lluvia desaparecían del cielo.

“La demonio de tormenta le dedicó una infantil sonrisa a su compañero mientras este se reunía con ella lanzándose desde el edificio y juntos eludían aquellos cadáveres para proseguir su camino”










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