jueves, 3 de marzo de 2011

Remake. Perdiendo las alas

Os dejo el 3º capítulo. A muchos no le gustará este nuevo remake, pero en mi opinión tiene más trasfondo, y el lector se volverá loco para comprender las cosas :D eso me gusta


¿Y tú? ¿Lo comprendes?



-Gracias mamá-le dije mientras se acercaba a mi mesa y nos dejaba una bandejita en la cual descansaban dos vasos con zumo y dos bollos de chocolate.

-Gracias Señora Santos-agradeció Jorge mientras escribía el penúltimo párrafo del resumen para el examen de mañana.

Me estiré hacia atrás para estirar mis músculos los cuales llevaban encogidos casi dos horas de largo estudio. Era historia, lo que más me costaba porque no lograba memorizar las fechas. Ni si quiera recordaba la fecha de los cumpleaños de mis amigos.

-Diecisiete años bebiendo zumo de girasol-dijo él mientras le pegaba un sorbo a su vaso-Me llena la cabeza de recuerdos.

-¿Ya no te gusta?- pregunté levantándome para acercarme a la mini cadena que se situaba en una estantería sobre mi cama.

De repente sentí como los brazos de Jorge rodeaban mi cintura y sus labios se colocaban detrás de mi oreja para suspirarme antes de decir.

-Tú sabes bien lo que me gusta Álvaro.

-Te verá mi madre-me excuse mientras me giraba y él seguía rodeándome con sus manos pero esta vez nuestros rostros se situaban uno en frente del otro.

-Sabes que no lo hará-dijo-Ahora estará en el patio fumándose un cigarro mientras tu perro corre de un lado hacia el otro.

Mi perro de color negro emitió un fuerte ladrido mientras escuchaba como empujaba la puerta que separaba mi casa del jardín y esta rebotaba una y otra vez.

Antes de que él pudiera hacer nada mis labios ya se encontraban pegados a los suyos mientras mi lengua se preparaba para cruzar la frontera entre ambos. No estaba seguro de lo que estaba haciendo, no sabía si de verdad quería dejar de estudiar por pasar un buen rato. Pero cuando quise darme cuenta nos encontrábamos tumbados en mi cama, yo encima de él mientras mi camiseta volaba al suelo de la habitación justo después que la suya.

Me giró situándome a mí en la parte posterior de ambos y se lanzó a mi cuello para lamerlo con suavidad. Después comenzó a descender para detenerse en mi pezón izquierdo e hizo que su lengua jugueteara con él.

-Hazlo-dije tras un pequeño jadeo mientras mi cuerpo sudaba.

Me despojó de mi pantalón de chándal al mismo tiempo que él simplemente se los colocaba a la altura de las rodillas ahora dobladas. Nuestras extremidades ya se encontraban tan duras como las ramas de un árbol joven. Pero fue la suya la que penetró en mi interior.

Al principio sentí un pequeño pinchazo pero no fue tras la segunda sacudida cuando empecé a gemir de gusto. Me agarró por mis hombros y me levantó de tal modo que yo quedará sentado sobre él. Ahora tenía que ser yo el que hiciera el esfuerzo para ascender y descender mi cuerpo sobre el suyo.

Pero tuve un momento de temor. Cuando miré al techo de mi habitación para aclamar un gemido no veía mi estantería, ni siquiera mi lámpara con forma circular. Si no un cielo estrellado junto a una luna del color de la sangre mientras un aire caluroso recorría mis entrañas.
Pero la excitación era tal que cerré los ojos y provocó que cada vez lo hiciera más rápido, cuando sus ojos negros se clavaron en los míos de color aceituna entendí lo que me quería trasmitir. Pero por si no hubo quedado claro tuvo que decírmelo con esa voz palpitante.

-Ahora-susurró-Los dos juntos.

Y cuando me disponía a dejar que mi cuerpo estallara sentí como él me ganaba por cuestión de segundos. Después caímos rendidos sobre mi cama y sentí como parte de él se separaba dejando mi cuerpo húmedo y sudado.


-¡Lo hicisteis!-preguntó Verónica mientras me tumbaba en su cama con un nórdico de color negro y con calaveras, tan oscuro como su propia habitación-¿Otra vez?

-Sí-dije-Y fue maravilloso.

-Siempre dices lo mismo-sacudió su cigarrillo en el cenicero mientras subía el volumen de aquella estrepitosa música que emergía de su equipo de música complementado por grandes cadenas con pinchos.

-¿Qué tal llevas el examen?-pregunté obteniendo la respuesta antes de que ella hablara. Observé como su libro de historia se encontraba tirado en el suelo de su cama junto a un mechero de color naranja.

Su habitación era bastante peculiar. Los muebles eran rojos haciendo un fuerte contraste con el negro de las paredes y otros detalles como la estrella boca debajo de cinco puntas que hacía función de lámpara. Con poca imaginación podías ver un cuarto aparentemente ensangrentado. Y las cortinas que su abuela le había regalado hace poco le daban un aspecto más tenebroso a su cuarto.

-¿Qué tal con tú padre?-pregunté alejándome de los estudios.

-Ha vuelto a aparecer en la puerta de casa gritando como un loco-dijo ella como si fuera lo más normal del mundo.

-¿Cómo esta ella?

-Ha vuelto al psicólogo-su rostro se frunció fríamente-Si vuelve a aparecer no me contendré las ganas.

-¿Y qué vas a hacer?-pregunté mientras ella abría un cajón y sacaba un cuchillo de sacrificio, lo que en el esoterismo se llamaba ázame.

Mi teléfono comenzó a vibrar en mi bolsillo. Yurena me estaba llamando y por lo que veía no era la primera vez que lo hacía. Tenía un mal presentimiento.

-¡Quita eso!-grité para que apagara la música.

Cuando lo hizo descolgué el teléfono y escuché entre sollozos las palabras de Yurena. Al principio no logré comprender nada pero cuando sus palabras comenzaron a salir más claras mi cuerpo se paralizó.

-¿Qué ha pasado?-preguntó Verónica arrebatándome el teléfono al verme inmóvil.

Sus ojos se abrieron casi saliéndose de sus órbitas cuando Yurena le contó de nuevo lo que yo había escuchado. No se inmutó, tan solo se limitó a cogerme del brazo, bajarme a su garaje y montarme en su moto sin intercambiar ni una sola palabra. Siendo yo el único que llevaba el casco salimos embalados de su casa, la tercera de color miel de la urbanización Cayetano en la parte alta de Salamanca.

El recorrido fue más corto de lo que me esperaba. El sonido de los claxon de los coches que protestaban por las infracciones de mi amiga ni siquiera me preocuparon cuando llegamos a la zona residencial de mi instituto.

Los alumnos que vivían en la residencia junto a los profesores y otra inmensidad de personas que ni siquiera conocía se encontraban alrededor de una zona restringida por el personal sanitario y la policía. Las luces de la ambulancia me atacaban sin cesar mientras Verónica me llevaba a través de la muchedumbre. Me había quitado el casco de la moto y ni siquiera me había dado cuenta.

Amaya me abrazó fuertemente mientras sus lágrimas empapaban mi camiseta. Yo la agarré pero no sentí ganas de llorar, mis ojos se mantenían obsoletos mirando el cadáver de Julia a la que ahora encerraban en una bolsa.

En sus manos descansaba una rosa marchita y en sus brazos se podía ver un texto escrito en un idioma muy parecido al latín antiguo pero cuyas letras eran desconocidas para todos. Sus ojos se mantenían abiertos y cuando su cabeza cayó hacia nuestro lado ante el peso, estos se clavaron en mí petrificándome más que la propia noticia.
-Venga cariño-dijo mi madre viéndome mover la coliflor que tenía como cena-Tienes que comer algo. La hice porque me la pediste.

-Lo sé mamá-respondí por inercia mientras me levantaba sin haber cenado-Estoy cansado, buenas noches.

Me moví como si fuera un muerto viviente. Subí por las escaleras sintiendo a mi madre lamentándose por el mal trago que estaba pasando y me dejé caer en la cama, sin ni siquiera introducirme en ella y sin cambiarme de ropa.

“Me encontraba en uno de los corredores del edificio para internas del instituto. Intenté abrir la puerta pero estaba cerrada por lo que decidí ascender las escaleras. Todo estaba completamente vacío y aunque el edificio estuviera en buenas condiciones a través de las ventanas podía ver una Salamanca sumida en ruinas, tal y como había aparecido en mis sueños anteriores.”

De nuevo estaba feliz, de nuevo era yo mismo y estaba alegre de que todo saliera bien. Pero algo chocó conmigo y me obligó a caer en el suelo. Se trataba de una mujer de cabello rubio apagado vestida con ropas victorianas y con un rostro sumido en el terror. ¿La perseguían?

-¡Espera!-grité persiguiéndola escaleras arriba.

Si no recordaba mal, se había adentrado en las escaleras desde el segundo piso, el piso en donde Julia había vivido durante cuatro difíciles años. Pero ni siquiera fui a su habitación para comprobar si aún vivía si no que me limité a perseguir a la mujer proveniente de una época antigua.

Los pasos seguían subiendo mientras unos pequeños jadeos emergían de entre los labios de la muchacha. Entendí que llevaba mucho tiempo corriendo y cuando las escaleras me condujeron a la azotea del edificio comprobé como ella abría sus manos para sentir el aire desde el borde.

-¡Espera!-grité-¡No lo hagas!

Pero entonces me miró. Unos ojos blancos e inexpresivos se clavaron en mí mientras dos grandes alas blancas emergían de la espalda de la dama. Ella me sonrió justo antes de que aquel vestido de seda azul se trasformaba en trozos de tela que volaban golpeados por un fuerte viento. Entonces se quedó desnuda y por su cuerpo se podían leer oscuras palabras como:
“Si la luz se ha sometido a tal poder prefiero redimirme a la oscuridad”
O confesiones escritas en su piel a modo de cicatrices como:
“No quiero ser la reina de un mundo sin libertad”

Y antes de que pudiera leer todos los mensajes que guardaba su cuerpo se lanzó al vacío. Me apresuré para intentar ayudarla pero cuando llegué al borde comprobé como una gran cantidad de plumas blancas volaban hacia arriba impidiéndome verla caer.

Con esfuerzo la vi, de nuevo desnuda mirándome con esos ojos inexpresivos pero cuando las plumas de nuevo me obstaculizaron la vista ya no estaba. En su lugar se encontraba Julia con el cuerpo tatuado con un idioma que no comprendí, el mismo que su cadáver guardaba en sus brazos pero esta vez esas extrañas letras se mantenían repartidas por su cuerpo del mismo modo que aquella ángel las había tenido.

“-¡¡Julia!!-grité mientras unas lágrimas caían de mi rostro.”

-¡Julia!-grité sobresaltado tras el sonido del despertador.


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