domingo, 13 de marzo de 2011

Remake. La infancia de un demonio

Bueno chicos!

Tras una semana llega el primer capítulo de la segunda entrega de este fabuloso remake de sacrificio. No os adelantaré nada, tan solo contemplar cada recoveco que este sol negro alumbra.

Bienvenidos al mundo de la oscuridad. Aquí el capítulo 7.



Aun recuerdo la caída de hojas de la copa de los árboles de sangre, como el suelo se cubría de negro antes de que sus hojas comenzaran a sangrar tiñéndolo de aquel carmesí brillante que relucía aun cuando las nubes cubrían los cielos.

-¡Vamos Ian!-gritó aquella fémina de hermosos y largos cabellos rubios los cuales cubrían unos cuernos retorcidos y sedosos.

-¡Voy mamá!-grité dejando de jugar con aquellas hojas que habían pringado mis manos de sangre de árbol.

Me apresuré a acercarme a ella y abrazarla como cada noche, esta vez manchando su vestido de rojo. Ni siquiera la importó que lo hiciera, me cogió en brazos y me dio un beso en la mejilla.

-Te han crecido-dijo golpeando con gracia dos pequeños cuernos que asomaban a ambos extremos de mi cabeza.

-Claro-dije enorgulleciéndome-Ya soy un íncubo de grado medio.

Ella me dedicó aquella sonrisa. Una sonrisa capaz de alegrar hasta a la oveja que sabía que iba a ser devorada por el lobo. Mi vida iba como deseaba, y no podría ir a mejor.

-¡Tifany!-gritó la profesora antes de que nos alejáramos de la escuela de seducción para jóvenes demonios-¿Puedo hablar un momento contigo?

-¡Claro!-dijo mi madre un tanto agotada por el duro trabajo que ejercía en la ciudad de oscuridad-¿Qué ha pasado?

-Es sobre tu hijo-dijo ella-Tiene una peculiaridad que le diferencia del resto de la clase.

Mi madre me miró un tanto preocupada y antes de que pudiera darme cuenta me dedicaba una sonrisa para que no me preocupara. Entonces la profesora comenzó a hablar con tal seriedad que incluso temí el contenido de sus palabras.

-Los demonios sexuales solemos antojarnos de criaturas del sexo opuesto, les hechizamos y los utilizamos para nuestros fines-explicó.

-Sí-dijo mi madre.

-Ian tiene un control especial con los demonios de su mismo sexo-la profesora observó la cara de preocupación que se dibujaba en el rostro de Tifany-No,… no me mal interprete, su poder también afecta a las del sexo opuesto, solo que es algo que no había visto nunca.

-¿Cariño?-mi madre se colocó a mi misma altura y me miró a los ojos-¿Por qué ellos y no ellas?

-Vosotras sois muy aburridas-dije con total confianza en mis palabras-Me lo paso mejor con ellos, al menos me prestan un poco de resistencia, y eso me divierte. Además,… saben mucho mejor.

Ambas comenzaron a reírse, todo mi barrio escuchó aquellas carcajadas, e incluso el suelo dejó cavidad en las lágrimas que salían de sus ojos. Yo las sonreí sin comprender mucho cual era la causa de su felicidad.

-Muchas gracias-dijo la profesora-Por dedicarme este poquito tiempo. Sé que el trabajo en la corte de los cuatro Monarcas es agotador, sobre todo para una súcubo como usted.

-Tranquila-dijo mi madre-A veces extraño el tiempo libre que tenía antes, es bueno sonreír de vez en cuando. La cultura humana dice que se ejercitan músculos únicos.

Nos despedimos de ella y caminamos por aquella calle embriagada en viviendas de piedra negra y tejados rojos. Junto a los números de algunas de las casas desde donde se podían escuchar risotadas de alegría o discusiones de pareja, se podía apreciar una serie de textos en demoníaco que hablaban de la necesidad del demonio del sexo por tener a alguien cerca, alguien que le de sustento.

En cambio en la puerta por la que mi madre introducía una llave de aspecto antiguo se podía ver un texto que hablaba de la ausencia de ese sustento. Mi madre decidió cambiarlo cuando mi padre murió en la primera guerra contra la luz. Fue uno de los íncubos que perteneció a las fuerzas reales de los cuatro monarcas.

-Gracias por la cena mamá-le dije cuando se sentó a los pies de mi cama con un cuento entre sus manos y con unos párpados que casi no podían mantener la mirada-Déjame leer a mí por esta noche.

Se tumbó junto a mí que ahora me incorporaba para comenzar a leer el cuento. Hablaba de los tres planos del mundo. El primero se trataba de nosotros, vivíamos el mundo de los demonios, donde la luna era roja y el sol era negro. Luego se centraba en el mundo de los humanos cuya evolución iba a escasa velocidad y donde sus vidas duraban menos que una hormiga del desierto de la pesadilla. Y el último mundo era el de nuestros eternos rivales, seres de la luz que volaban de un lado hacia el otro con sus alados cuerpos y que anhelaban a costa de todo conquistar nuestro mundo.

Cuando quise darme cuenta mi madre había caído rendida. Muerta del cansancio y con una de sus manos bajo mi almohada. Cerré el libro y lo coloqué en mi mesita de noche. La tapé con mis mantas y me acurruqué junto a ella hasta que yo la acompañé en sueños.

******

-¡Activarlo cuando cuente hasta tres!-ordenó la profesora mientras los diez alumnos de tercer año nos manteníamos sentados en nuestros pupitres concentrando nuestras miradas sobre ella. Esperando a que diera la señal para hacer uso de uno de nuestros dones naturales, oscuros y demoníacos-¡Uno! ¡Dos! Y ¡Tres!

Y cuando lo hizo nuestros ojos brillaron rojos ejerciendo una presión sobre la profesora, una presión que la impedía moverse, ejercitar cualquier gesto, vocalizar cualquier palabra. Ahora su mente solo pensaba en una única cosa, amor, nos amaba con tanta fuerza que haría cualquier cosa por cada uno de nosotros. Al menos lo hubiera hecho si su poder no fuera más que el nuestro y sus ojos ahora más brillantes que los nuestros disipaban nuestro influjo sobre ella.

-Muy bien-dijo ella sonriente-Ahora repasaremos las tres reglas que someten nuestra ciudad. ¿Quién me dice la primera?

-¡Yo señorita!-gritó una súcubo que se sentaba atrás del todo y que acariciaba su largo cabello rojizo.

-¡Adelante Maca!

-La primera regla dice que ningún demonio de la ciudad puede formar una familia con un demonio que no pertenezca a su misma raza. Porque eso produciría un fuerte desequilibrio en el legado de las especies y podría traer la destrucción de los tres mundos. Por eso no se puede permanecer más de un día en un barrio que no te pertenece.

-Muy bien-dijo la profesora mientras apuntaba un positivo en su cuaderno de notas-¿La segunda?

-¡Yo por favor!

-Es toda tuya Jierre!

-La segunda,… la segunda…-hubo un silencio cubierto por los brazos de alguno de mis compañeros que anhelaban responder a la pregunta por él-Prohíbe el viaje entre mundos sin la consideración de los cuatro monarcas.

-Casi se te vuelve a olvidar-bromeó la profesora-¿Y la última?

-Si eres tan amable-dije levantando la mano.

-¿Ian?

-La tercera regla estipula que se deben seguir las órdenes de los cuatro monarcas a costa de tu propia vida. Cualquier violación de esta será castigada.

-¡Cómo tú padre!

-¿Qué has dicho?-me levanté de golpe y fijé mis ojos en aquel compañero cuyos padres le consentían todo cuanto quería.

-Qué tu padre fue castigado y por eso ya no está aquí-dijo con una sonrisa.

-¡Mentira!-grité-¡Mi padre fue un valeroso soldado!

-¿Quién te ha contado eso?-dijo-¿La inocente de tu madre?

-¡No te atrevas a meterte con mi madre!-mis ojos comenzaron a brillar rojos y aquel íncubo no pudo separar sus ojos de mí, no antes de que comenzara a sentir ganas locas de abrazarme. Se levantó y se acercó a mí-¡Solo muerto podrás abrazarme!

Se colocó las manos al cuello y comenzó a estrujarlo. Mis compañeros comenzaron a gritar y antes de que cobrara mi primera vida la profesora golpeó mi cabeza con fuerza disipando el influjo que ejercía sobre él. Ahora llorando comenzó a gritar que yo era un asesino por haberle intentado matar.

Y aquella noche no volví a casa. Mi madre tuvo que pasar la noche en uno de los cuatro castillos y la profesora se ofreció voluntaria para prestarme uno de sus cuartos y así no estar solo. Me regañó por no haberme podido contener y yo estuve casi toda la noche llorando. Luego la escuché susurrar algo sobre la ampliaficación de mis poderes cuando los utilizaba contra algún varón.

-¡Voy!-gritó una de mis compañeras-¡El qué no esté escondido será cazado!

Me apresuré por encontrar un escondite donde no me encontraran en todo aquel tiempo libre que teníamos después de comer en la escuela, antes del comienzo de las clases de la tarde. El sol hoy calentaba más de la cuenta, eso indicaba que el ascenso del demonio seductor sería en poco tiempo y que los de grado medio, ascenderíamos al grado superior.

Los mejores escondites estaban cogidos. Incluso la casa del aren abandonado ya había sido ocupada. No me quedó otro remedio que esconderme en la entrada de uno de los pasadizos que comunicaban los barrios de la ciudad.

Estaban prohibidos porque allí los monarcas no podían vigilar las acciones de los demonios. Por eso y sin querer violar las normas de mi ciudad me quedé en la entrada del agujero y permanecí oculto sin dedicarle una mirada al fondo el cual permanecía tentador al final de aquella larga cuesta.

Maca apareció al final de la calle que había recorrido, parecía estar atraída por mi olor. Comenzó a acercarse observando cada detalle, cada contenedor, buscándome sin descanso. Erré al dar un paso hacia atrás y resbalé con el polvo de aquella cuesta.

Comencé a girar con velocidad ignorando los gritos que querían emerger de mi boca. La entrada se iba alejando a cada vuelta que daba y cuando quise darme cuenta me golpeé contra algo y me mantuve tumbado con los ojos cerrados en medio de aquella oscuridad.

-¿Estás bien?-dijo la voz de un niño.

No pude aguantar soltar un chillido mientras se erizaba mi piel. Abrí los ojos y comprobé que aquel pasadizo no era tan oscuro como me esperaba, aquí el sol se colaba por las grietas del túnel y lo alumbraba como un millón de antorchas recién prendidas.

Me froté la cabeza aun sintiendo el impacto. Observé como aquel niño de cabello azabache, despeinado y sin cuernos hacía mi mismo gesto mientras se mantenía sentado en el suelo.

-Me llamo Ian-dije dedicándole una hermosa sonrisa, algo que había heredado de mi madre.

-No deberías de estar aquí-dijo él con frialdad.

-¿Yo?-pregunté-¿Y qué me dices de ti?

-Yo siempre vengo aquí-dijo.

-¿Estás solo?

-Siempre lo estoy-respondió mirando la herida que sangraba en mi rodilla a través de mis pantalones rotos.

Sus ojos se tiñeron de rojo mientras dos grandes colmillos emergían de entre sus labios. Su nariz olfateaba el aroma que emergía de mi rodilla y sus manos intentaban alejarse de mí. Entonces lo comprendí, no era un íncubo asique no me iba a quedar preso de sus encantamientos.

Era la primera criatura no demonio del sexo que veía en toda mi vida. Era el primer niño que me había hablado sin miedo a ser controlado por mis poderes. Era el primer demonio que me miraba con hambre…

-¿Quieres un poco?-pregunté con amabilidad pero él no respondió tan solo se acercó a mí.

No esperó a que yo le diera permiso tan solo se acercó a mi rodilla y pasó su lengua por encima de mi herida. Saboreó mi sangre con hambre y clavó sus colmillos para hacer que saliera un poco más.

-Para-dije-Por favor…

Entonces me miró con unos ojos brillantes e inyectados en sangre. Ya no veía al niño con el que antes me había chocado, ahora veía un demonio preso en un hambre insaciable el cual anhelaba arrebatarme toda mi sangre.

-¡Detente!-grité golpeándole y separándole de mi unos centímetros.

Sus ojos retomaron aquel color negro con el que le había conocido. Un negro que también brillaba con intensidad pero no por su poder demoníaco, si no por las lágrimas que ahora emergían de sus ojos.

-Lo siento-dijo abandonando su frialdad-Lo siento de verdad.

No dije nada. Me acerqué a él y le abracé con fuerza.

-¿Puedes ser mi amigo?-dijo él.

-¡Claro!-dije-Me encantaría.

-Gracias Ian-dijo él.

-¿Cuál es tu nombre?-pregunté inocente.

-¡Jake!-gritó la voz de una niña-¡¿Dónde te has metido?!

-Tengo que irme-dijo él limpiándose los berretes que mi sangre le había dejado.

-Yo también-dije escuchando el timbre de mi escuela-¿Vendrás mañana?

-Siempre que puedo vengo-respondió con una hermosa sonrisa antes de adquirir un aspecto frívolo.

Entonces regresé a mi escuela y le conté a mis compañeros que me había escondido en un árbol. Y me creyeron relacionando la herida de mi rodilla con mi enorme torpeza para escalar árboles. Volví a clase feliz y me mantuve así hasta el día siguiente.

Todos los días en cada recreo me acercaba al pasadizo para verle. Y allí estaba esperándome sentado con juguetes de los dominios de su especie como muñecos que vomitaban sangre o conejos de peluche rojo. Además siempre traía los dibujos que hacía en su escuela.

Me explicó que provenía de los dominios del vampiro. Que se trataban de demonios que se alimentaban de la sangre de sus presas. Que en sus clases de historia trataban la dificultad que tuvo el primer vampiro para ser considerado un demonio y no un humano enloquecido.

Yo en cambio le llevaba mis cuentos favoritos, una foto con mi familia y a veces le sugería jugar a dibujar en el polvo del pasadizo. También le conté lo que era y que era lo que hacíamos en clase.

Y así trascurrieron días, luego semanas e incluso meses. Ni siquiera asistí al de graduación y fingí estar malo para escaparme a verle.

Pero entonces mi escuela comenzó a complicar los encantamientos que tenía que aprender. Ni siquiera podía salir en mis recreos, y cuando conseguía escaparme era demasiado tarde. Pero todo terminó tras los exámenes.

Cuando volví él ya no estaba, no supe cuanto tiempo había regresado para verme y no haber podido hacerlo. Solo sé que al día siguiente no volvería, ni al siguiente, ni tampoco al siguiente…


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