domingo, 14 de marzo de 2010

Un amor escondido

Adolescencia

Sus dedos amarraron la parte trasera de la flecha. La fuerza de su brazo hizo que la cuerda se estirara hacia atrás mientras la silueta del muchacho se mostraba recta y perfecta.

El íncubo se había desarrollado a la perfección. Los rumores que infundaban aquel territorio demoníaco solo se podían verificar si le observabas. Se decía que su belleza era descendiente directa de los primeros demonios del amor no cristiano, ahora todas las atenciones se dirigían a él pues con tan solo mirarle podían sentir pequeños retales de una atracción sexual, todo ello sin que él activara su don natural.

Sus dedos se deslizaron con rapidez lejos de la cuerda dejando que aquella tensión que ejercían desapareciera disparando la flecha. El proyectil silbó en el viento durante unas pocas milésimas de segundo antes de que la flecha se introdujera en el centro de la diana.

Los aplausos de los profesores le aclamaron observando que por fin tanto entrenamiento había dado su fruto.

-¡Enhorabuena Ian!-gritó el profesor que sostenía su cuerpo en una silla sin ruedas. Aquel mecanismo era uno de las evoluciones de la magia en la ciudad oscura, las brujas habían ideado la forma de mantener a flote objetos sin necesidad de fijar una magia continua en ellos.

-Gracias maestro-dijo él elaborando una elegante reverencia mientras una seductora sonrisa asomaba a través de sus labios.

-Tu instrucción ha sido completada con éxito-dijo el hombre mientras extendía una hoja de papel en la cual centelleaban rojas un texto-Esto adjudica tus progresos, deberás ir al edificio central del territorio y hablar con el hombre que lo lidera, tiene contacto directo con los tres líderes y es el encargado de dar oficio a todos los íncubos y a todas las súcubos de esta ciudad-

-Gracias de nuevo-dijo el muchacho mientras se colgaba su arco en la espalda y enrollaba el documento para apresurarse a donde su maestro le había indicado.

-Qué la oscuridad guíe tus pasos-se despidió él.

Ian caminó a través de las calles de su territorio natal. Las calles parecían vacías a causa del paso de su presencia pues las voces de los ciudadanos se acallaban para dejar que el silencio complementara a sus ojos que ahora observaban al muchacho de gran belleza.

Su puño golpeó un tanto delicado para no recibir daño la puerta del edificio. Una pequeña ventanita se abrió en ella dejando que unos ojos violetas le observaran.

-¿Quien va?-preguntó una voz tocada por los años.

-Ian, señor-respondió con educación-Licenciado en seducción-

La ventanita se abrió dejando al muchacho con las palabras en la boca. Un hombre de una belleza tratada con sutileza por los años le abrió la puerta y estiró su brazo para indicarle que podía pasar.

-Enhorabuena-dijo el hombre mientras el muchacho caminaba por aquellos pasillos alumbrado por velas que se posaban en candelabros de oro macizo.

-Señor, este documento-dijo Ian.

-No me llames señor por favor-dijo el hombre- Sócrates es mi nombre-

-Yo soy Ian-

Sócrates abrió dos grandes portones. Tras ellos apareció una habitación repleta de estanterías y con una recepción que les daba la bienvenida.

-Buenos días-dijo un hombre que se encontraba detrás de la recepción mientras el portero se quedaba fuera.

-Hola-dijo Ian acercándose a él con el documento en sus manos.

-Soy el moderador del territorio del íncubo y la súcubo-expuso- Dame un momento y le adjudicaré un empleo para el resto de la eternidad-

-¡Vale!-dijo el muchacho un tanto eufórico-No tengo prisa-

Se hizo el silencio mientras el hombre salía de la recepción y se perdía en aquel laberinto de estanterías cuya última balda era invisible desde allí abajo. Trascurrieron unos minutos en los cuales Ian recordó como en su infancia conoció a ese niño, Jake. Su tiempo libre lo ocupaba leyendo sobre las razas de la ciudad, encontró la raza de aquel niño, era un vampiro pero eso no quitaba el hecho de que quisiera volver a verle.

El resto de los días los había pasado hiendo al túnel para esperarle pero lamentablemente él nunca había aparecido. Su paciencia había cedido y el muchacho desistió de ir al túnel. Ahora pensaba en ir de nuevo una última vez para ver si su viejo amigo cuyo rostro no alcanzaba a recordar aparecía.

-¿Ian?-se oyó la voz del hombre mientras aparecía con una carpeta repleta de documentos.

-¡Dime!-dijo el muchacho mientras se giraba para verle.

-¡Aquí está la información sobre tu nuevo empleo!-aquellas manos envejecidas le trasportaron la carpeta que él cogió con elegancia-Parece que el destino te ha traído hasta aquí-

-¿Perdona?-preguntó Ian un tanto confuso.

-No hay muchas súcubos en esta generación-explicó-y tu documento notifica que tu tienes afinidad por los hombres lo que quiere decir que este trabajo te moldea a la perfección-

-Entiendo-asintió-¿Cuando empiezo?-

-Cuando te informes-respondió el hombre-¡Qué sea cuanto antes! ¡Los errados se nos echan encima!-

-Me pondré a ello-dijo el muchacho mientras se acercaba a la puerta la cual era abierta por el portero antes de que el tocara los pomos.

-¡Nos vemos pronto!-

El túnel le pareció más pequeño de lo que era justo en el mismo instante en el que se vio obligado agachar un poco su cabeza para poder entrar sin complicaciones. Todo se encontraba tal y como lo recordaba, la apertura de la derecha mostraba las mismas casas que mostraron años atrás pero ahora sabía el porque se les tenía prohibido visitar los territorios, las normas de los tres líderes eran bastante estrictas.

Ian se agachó para observar como el polvo formaba una gruesa lámina sobre el suelo de piedra. La comisura de sus labios dejó escapar una gran bocanada de aire. El polvo comenzó a separarse dejando que una humareda ocultara al muchacho de los posibles ojos de los curiosos pero sabía que nadie se dirigiría por allí pues aquel túnel se ocultaba detrás las casas. Aquellos ojos observaron el texto que había escrito sobre la piedra el mismo día en el cual conoció al vampiro. El íncubo esbozó una pequeña sonrisa recordando el pequeño encuentro.

Sus ojos se percataron de algo más. Lo que parecía una letra asomaba en la parte que no había sido limpiada por su soplo, alguien había escrito algo. De nuevo dejó escapar una ráfaga de aire ayudándose de sus dedos para limpiar el polvo.

-Bosque arbóreo cerca del lago-leyó Ian situándose mentalmente en el mismo sitio en el cual las letras le indicaban.

El muchacho se levantó mientras su rostro se contraía inmerso en felicidad. En pocos minutos estaba fuera del territorio del íncubo y se apresuraba a llegar al bosque arbóreo situado en la zona más baja de la ciudad.

Descendió por la cuesta en la cual conectaban todos los territorios y andando rápido sin levantar sospecha pasó desapercibido sobre los territorios que se situaban bajo el suyo.

De repente se vio arremetido por el golpe de una mujer que caminaba a su misma velocidad en dirección contraria. La criatura era aparentemente de su misma edad y su cabello castaño se mantenía amarrado por una fuerte coleta que apretaba el resto de su cabello sobre el contorno de su cabeza.

-¡Ten más cuidado!-dijo la muchacha mientras unas llamas se apagaban en el interior de sus ojos.

-Lo siento-dijo él sin detenerse.

Prosiguió en su camino para que así minutos más tarde se encontrara caminando en el interior del bosque de tronco negro y hojas marrones que se desprendían de la corteza de las ramas para caer en forma de lluvia sobre aquel camino de piedra grisácea.

Allí no había nadie pues los ciudadanos estaban demasiado ocupados en las tareas que se les asignaban como para dedicar su tiempo a un bosque cuya finalidad era dotar de un espacio natural a la ciudad.

Ian se acercó al lago de aguas verdes percatándose de que para su mala suerte allí no había nadie ni si quiera estaba él. Su mente la cual se había mantenido nublada por una falsa esperanza ahora cavilaba sobre el tiempo que llevaba el mensaje escrito, sobre las veces que su amigo había venido esperándole al mismo tiempo que él le esperaba en el túnel. Resignado se sentó en una piedra a orillas del lago y abrió la carpeta para comenzar la lectura de la información de su nuevo empleo.

Los textos eran complejos, todos ellos se movían entorno a lo mismo. El íncubo comprendió que su trabajo consistía en castigar a aquellos a los cuales se les consideraba errados, criaturas oscuras en su totalidad hombres que habían tomado malas decisiones o que habían fallado en las misiones que se les encomendaba. Había un índice más que extenso de una infinidad de armas a utilizar pero lo que más le llamó la atención fue el hecho de poder utilizar sus dones naturales para castigarlos. Poder infundir a la mente dormida del oponente con sueños sexuales sobre él. A su vez podía utilizar esas armas para que sintiera dolor,… el caso es que había infinidad de formas con las que arremeter contra los errados.

-¿¡No sabes que este sitio está prohibido!?-se escuchó la voz de un muchacho que aparecía a través de los árboles.

Ian levantó su mirada de las hojas, sus ojos se clavaron en los de aquel muchacho mientras su mente asemejaba aquel cabello azabache y despeinado al de un niño que algún día entró en su vida.

-¿Jake?-preguntó el íncubo mientras guardaba las hojas en la carpeta sin poder detener aquellos temblores que sacudían sus manos.

-¡Si ese es mi nombre!-dijo el muchacho con frialdad-¡Márchate o serás castigado!-

-¿Hola?-preguntó irónicamente el muchacho sintiéndose ignorado-¿No me reconoces?-

Hubo un silencio en el cual aquellos ojos permanecieron inexpresivos frente a los otros. Ian sabía que había pasado mucho tiempo, sabía que su viejo amigo podía no reconocerle pero jugaba con una carta a su favor, sabía como hacerle recordar.

El muchacho llevó su dedo índice al cuello, colocó su uña sobre la piel y apretó mientras lo movía para crear una pequeña herida sangrante. Como era de esperar los ojos del vampiro tornaron carmesíes al oler la fragancia sangrienta del muchacho.

De repente Jake apareció frente al íncubo con sus labios colocados sobre la herida y comenzó a succionar la sangre. Ian cerró los ojos sintiendo la excitación que le provocaba aquel momento. Trascurrieron los segundos, después los minutos y el vampiro no conseguía sacar la voluntad para dejar de alimentarse.

-Basta-susurró el íncubo mientras apartaba su cabeza de su propio cuello. Aquellos ojos rojos se clavaron en él al mismo tiempo que aquel rostro blanquecino y bello se colocaba frente a él casi rozando la nariz del uno con la del otro.

-Ian,…-susurró el muchacho mientras sus labios se juntaban con los del íncubo.

El beso perduró durante varios segundos, tiempo en el cual Ian sintió como si aquel momento lo hubiera esperado desde su infancia. Ambos separaron sus labios para dejar que sus cuerpos se acercaran y ambos pares de brazos envolvieran al otro cariñosamente.

-¿Sabes cuanto tiempo llevo esperando este momento?-susurró el muchacho sintiendo como los brazos del vampiro le daban un calor representativo pues aquella piel era tan fría como la nieve.

-Pensé que habías muerto-susurró el otro muchacho-No volviste a dar señales de vida-

-Cada día-comenzó a explicar Ian aun en susurro sin poder separar sus brazos de él-Desde que te conocí fui a los túneles para ver si estabas, iba a cada tiempo que tenía libre pero tú nunca apareciste-

-Te dije que comenzaban los exámenes-justificó Jake-No encontraba la forma de escaparme para ir y la única vez que lo hice aproveché para citarte aquí,… años atrás pero tú nunca viniste-

-Lo leí hoy-se justificó él también-Desistí de volverte a ver-

-¿Sigues desistiendo?-preguntó el vampiro con un susurro frívolo.

-No-respondió-Solo quiero que este momento no expire nunca-

-Hagamos que sea eterno-dijo él.

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Adultez

El tiempo había trascurrido desde su adolescencia, se podía decir que ya era todo un hombre. Su belleza seguía tan o incluso más deslumbrante que antes, su cabello medio rizado ahora se mantenía corto y su uniforme había cambiado con exageración.

Su madre, la misma súcubo que había hecho descender los deseos sexuales de uno de los tres líderes ahora se mantenía enterrada en el gran cementerio de criaturas, o como ellos lo llamaban el vertedero de almas. Su tiempo había expirado, su vida había sido consumida por la vejez, era exactamente lo que les pasaba a aquellas criaturas que habían vivido el tiempo estimado.

Tan solo llevaba un pantalón de cuero negro, es decir, su torso trabajado se mantenía completamente desnudo desembocando en la cintura la cual se iniciaba con un cinturón adornado con un pedazo de tela que caía con elegancia hasta los tobillos.

Su mirada permanecía divagando a través de una lista de errados en la cual mostraba el nombre, la raza y el error; simplemente para que Ian tomara la conciencia de poner el grado del castigo.

Aquel lugar era simplemente una habitación de grandes dimensiones la cual tenía tan solo una puerta de metal y dos ventanas enrejadas. El inmobiliario se componía de una cama de andrajosa apariencia y un gran baúl repleto de armas y utensilios. La pared se mantenía en todo su esplendor decorada con armas antiguas que centelleaban azules.

La puerta resonó en todo el cuarto mientras un hombre de cabeza rapada entraba siendo empujado por los guardianes del lugar. Su cuerpo era sumamente esbelto, tan solo el tamaño de sus pectorales podía asemejarse con el tamaño de una de las piedras que formaban aquel edificio. Su piel era rosada un tanto asemejada al tono de los mortales. Su rostro mostraba tres ojos, dos de ellos situados con normalidad a ambos lados de la nariz y un tercero situado en el entrecejo.

-Hola criatura de la videncia-habló el íncubo con simpatía y seducción mientras se mantenía rebuscando en el cofre el arma con la que hoy le apetecía castigar. Su posición no era más que de espaldas a la puerta por lo que se podía decir que su defensa estaba ahora baja.

El hombre el cual había sido castigado por el hecho de que sus ojos ya no predecían con exactitud las situaciones del futuro; se mostró agresivo. Vio que tan solo había un hombre en la habitación y sintió que podría matarle y escapar de allí. Cogió carrerilla acompañado de una serie de gritos de odio y se dispuso a abalanzarse a él.

Ian levantó la mirada sin darse la vuelta. Ahora sus ojos brillaban violetas sintiendo como aquel hombre que mantenía su mirada fija en él ahora experimentaba las fases de la presa. El poder de un íncubo funcionaba así, el hecho de que sus ojos cambiaran querían decir que cualquiera que le mirara caía bajo su influjo, bajo su encantamiento.

El demonio de la predicción se detuvo. Su mente comenzó a dar vueltas durante unos pocos segundos. Posteriormente aquel hombre comenzó a caminar hacia el muchacho entendiendo lo ocurrido y no pudiendo hacer nada por cambiarlo. Finalmente comenzó a sentir una fuerte atracción sexual hacia el muchacho, era tan fuerte aquella sensación que hubiera echo cualquier cosa por tenerlo cerca y tocarle.

Ian comenzó a caminar hacia él mientras su mano jugueteaba con un puñal. El íncubo se acercó al hombre, hizo que sus rostros se rozaran y dejó que aquel demonio de gran constitución le besará necesitado de algo más. Mientras lo hacía introdujo el puñal en el torso y dejó que el alma de aquel errado se introdujera en aquella hoja. El cuerpo del hombre desapareció mientras su alma profería un grito justo antes de introducirse por completo en el puñal.

-Uno menos-susurró el muchacho mientras se dirigía a la pared y descolgaba aquel arma de pequeño tamaño en un gancho-Espero que esta noche hagan limpieza si no, no me entrarán más-se dijo para si mismo mientras se dirigía a aquel buzón mágico del que no dejaban de llegar pedidos.

-¿Tienes mucho trabajo?-preguntó una voz masculina extrañamente familiar.

Cuando el íncubo se giró observó como Jake se acercaba imponente hacia él. Antes de que pudiera darse cuenta las manos marmolítreos de su amigo le rodeaban al mismo tiempo que aquellos labios danzaban con los suyos.

-Puedo tomarme un descanso-susurró Ian retomando la danza.
El tiempo pasó desapercibido cuando el vampiro tuvo que regresar a su oficio. Ambos se habían juntado de cuerpos desnudos en aquella cama sintiendo como sus energías se compenetraban una vez más.

-Ten cuidado-se despidió el íncubo preocupándose de que el vampiro no fuera descubierto haciendo pellas de su trabajo para descargar su energía sobre el muchacho.

Lo que ocurrió después fue repentino. La guerra entre la luz y la oscuridad estalló. Ian se vio involucrado en el mismo momento en el que fue rescatado de su zona de trabajo antes de que esta se derrumbara.

Todos los datos apuntaban a que los ángeles habían sido los inauguradores de la guerra pero fue tiempo después cuando el íncubo descubrió que a causa de la ideología de los tres líderes las demás criaturas se habían visto obligadas atacar la ciudad luminosa simplemente porque la oscuridad ansiaba más conquistas.

No tuvo tiempo para pensar se preocupó por sobrevivir. Fue poco tiempo después durante la guerra de las razas en la que pensó todo. Se cruzó con Jake y ambos escaparon de la guerra. Cuando todo terminó regresaron fingiendo estar exhaustos y días más tardes llegó Ailyn, una bruja a la que habían conocido por casualidad en el mercado negro. Les expuso la idea de un nuevo mundo y ellos no dudaron en aceptar, poder vivir juntos sin esconderse es lo único que les bastó para dar el paso.

-Allí no hay mentiras que infunden a los ciudadanos a luchar por una falsa causa-le comentó ella antes de que él cruzara el portal.



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