lunes, 1 de febrero de 2010

Bienvenido a la oscuridad

El bosque se mantenía inquieto, sus hojas perecían delicadas ante nosotros, cada paso que dábamos estaba acompañado por el sonido de los troncos prescindiendo poco a poco de su corteza.

El mundo estaba cambiado, nunca lo hemos querido ver, nunca lo hemos podido escuchar, siempre hemos denegado las señales más claras.

-¿Estáis completamente seguros de lo que vais a hacer?-pregunté mientras la última brisa del atardecer sacudía con suavidad los que desde hace unos días eran mis nuevos cabellos. Su color era peculiar, quizá por ello me decanté por aquella campesina. En toda su inmensidad eran de color azabache pero emergiendo de la raíz unos mechones rubios se repartían por él, ahora grasientos y descuidados. Mis manos no pudieron evitar acariciar los tallados demoníacos que adornaban la vasija que llevaba en mis manos.

-Si-dijo uno de los presentes al cabo de unos segundos.

-Bien, no quiero complicaciones-añadí mientras mis ojos se desviaban hacía atrás para mirar a los cinco integrantes cargados con vasijas del mismo estilo que la que yo tenía mientras el bosque se extinguía tras los pasos del último muchacho.

No me había costado nada convencer a aquellos mortales de lo que tenían que hacer. Solo tuve que acabar con sus seres queridos y culpar a las extrañas entidades que estaban comenzando a aparecer.

Una cueva apareció frente a nosotros, solo tuve que introducirme en ella para que aquellos campesinos me siguieran. No soportaba el olor de aquel asqueroso trozo de tela y menos aun el que fuera un vestido al más puro estilo camisón en cuya parte inferior había un gran roto, aquella mortal había sido sumamente patosa antes de que yo pudiera introducirme en su cuerpo.

El pasillo de roca por donde ahora caminábamos se mantenía alumbrado por unas antorchas que resplandecían llameantes mientras aquellos muchachos comenzaban a susurrar patéticos comentarios sobre la apariencia de la cueva.

El pasillo se ensanchó frente a nosotros. Unos arcos se postraban sobre nuestras cabezas. Eran de madera negra y en sus patas una hiedra que emergía de la nada se entrelazaba desde el primer arco hasta el último.

-¿Falta mucho?-preguntó una de las muchachas.

-¿Ya estás cansada?-respondí con otra pregunta mientras suspiraba rindiéndole culto a mi enorme paciencia.

-Es que me aburro-dijo de nuevo.

“-Tranquila la fiesta está a punto de comenzar-”no pude evitar pensarlo mientras me mantenía callada.

No hubo más comentarios pues sus ojos inmersos en humanidad se quedaron absortos al observar como la hiedra que había rodeado hasta hace un momento la madera negra ahora se desenroscaba con velocidad y se introducía en la tierra.

-¡Vamos!-les llamé la atención mientras me detenía en la salida del pasillo preocupada de que sus vasijas no se rompieran por un fallo de aquellos estúpidos muchachos-¡Esto no es ninguna de vuestras viejas granjas!-

No tardaron en alcanzarme, de nuevo permanecieron absortos mirando el final de la cueva, supongo que yo lo hubiera echo, si hubiera sido humana. La cueva ya no estaba iluminada por antorchas, pues una apertura en el techo dejaba entrar los últimos rayos del sol mostrándoles el gran lago que se mantenía impaciente.

Caminé hacia el lago, me introduje en él sin importarme mojar aquellas andrajosas ropas. El lago no cubría mucho, arriesgaría a apuntar que el centro de este tan solo cubría por la cintura. Los muchachos me siguieron hasta el mismo momento en el que me detuve para mirarles.

-Ha llegado el momento-dije mientras los ojos claros y verdes del cuerpo que portaba se oscurecían a la vez que la cueva era cubierta por la noche. Ya no podía verles, ahora solo me tocaba confiar en que mis artimañas no fallarán.

-¿Las abrimos ya Ailyn?-preguntó uno de los muchachos.

-Sí, adelante-dije mientras escuchaba como la tapadera de las vasijas rozaban la porcelana del recipiente. Suspiré esperando la señal que me indicara que pudiera empezar.

De repente unos chillidos emergieron frente a mí, aquellos mortales estaban sufriendo y hubiera jurado que parte de su sangre había salpicado mi ropa. En aquellos momentos se sentirían impotentes, seguramente en aquellos momentos me estarían maldiciendo, al menos si hubieran tenido tiempo para hacerlo.

La luna llena se postró sobre la cueva, ahora la iluminaba en toda su longitud, cada recoveco, cada piedrecilla,… todo. Los cadáveres yacían ensangrentados frente a mí, el agua se teñía de rojo y ahora comenzaba a burbujear.

Comencé a danzar sobre el agua mientras susurraba unas palabras en el latín antiguo, no las apunto porque no las entenderíais ¿o quizá si?

El agua del lago se comenzó a agitar, la luna se había teñido ahora carmesí, había llegado el momento. Abrí la vasija que estaba entre mis manos y la volqué de golpe. De repente arena negra emergió de la vasija y se disolvió en el agua del lago, ahora solo había que esperar a que él apareciera.

El agua se agitaba cada vez más mientras yo seguía danzando. Fue en aquel momento cuando sentí aquel vestido arder sobre mi espalda. Sin dudarlo prescindí de aquel andrajo de tela dejando aquel cuerpo humano completamente desnudo y mostrando el tatuaje del pentáculo invertido con lo que parecía la cabeza de un hombre cabra en su interior entrelazado entre el contorno de la estrella.

-¿Quién me ha llamado?-dijo una voz tenebrosa y aplastante.

-Ailyn mi señor-dije al instante mientras me giraba para ver a mi maestro. Frente a mí se mostraba ahora un hombre de estatura poco común entre los mortales, su cabeza mostraba largos cuernos retorcidos entre sí, mientras sus ojos de serpiente me miraban con desdén. Me arrodillé para mostrarle mi fidelidad.

-¿Para que me has llamado?- dijo molesto por haber sido despertado tras su largo letargo.

-Señor, sus hermanos han cruzado el límite que separa el mundo de los mortales del infierno-dije nombrando el plano demoníaco como infierno sabiendo que el significado que utilizaban los humanos era completamente diferente al mío- Le ruego que haga algo-

-¿Qué te hace pensar que voy a actuar?-dijo de nuevo mientras sus palabras me traían pequeñas brisas de viento que azotaba el cuerpo de la humana a la que poseía.

-Señor, he recorrido un largo camino para encontrar un cuerpo que se asemeje al mío, he peleado con algún que otro demonio en mi peregrinaje y he llegado aquí sin ninguna ayuda-

-¿Has echo todo eso tu sola?-

-Si mi señor-respondí con cordura-Además le he traído almas de las que alimentarse-

Hubo un silencio mientras me apartaba para que viera los cadáveres de los jóvenes campesinos mientras me percataba de que los ojos de mi maestro se abrían hambrientos.

-Espera-dijo antes de devorar sus almas aun encerradas en aquellas débiles carcasas-¿Qué quieres a cambio bruja?-

-Solo quiero que libere a mis compañeros de su letargo eterno-expuse mi pericón a la vez que aquellos ojos de serpiente se fijaban en mi otra vez-Nosotros nos encargaremos del resto-

-¡Eso es intolerable!-gritó mientras la cueva se sacudía ante su presencia-¡Aun les quedan mil años por dormitar!-

Mi mente caviló con rapidez. En mil años era seguro que los demonios no hubieran completado su dominio, era tiempo suficiente como para presenciar de lo que eran capaces para hacerse con la supremacía del mundo. A eso le sumaba una fidelidad con mi maestro aun más potente pues sabía a la perfección que no estaba dispuesto a aceptar demonios en el mundo mortal pero ¿y si no le quedara otro remedio?

-¿Y si me sometiera junto a ellos?-expuse-A cambio de dejarles viajar al mundo mortal-

Hubo un silencio ensordecedor, las cuevas dejaron de temblar ante mi proposición mientras los ojos de mi maestro recorrían mi nuevo rostro y los cadáveres de aquellos muchachos.

-¿Crees que podríais hacerlos regresar vosotros solos?-preguntó.

-Sabes de lo que somos capaces mi Señor-dije sin llegar a alardear.

-Esta bien ¿serán ellos sus nuevos cuerpos?-preguntó mientras señalaba con su gran dedo índice cubierto por escamas y con cuya garra era capaz de perforar cualquier material.

-Si mi Señor-

Abrió su boca mostrándome sus poderosas fauces a la vez que tomaba todo el aire que podía de la cueva. Me obligó a apartarme unos metros de aquella bocanada pues sabía que si me quedaba unos segundos frente a ella sería absorbida sin problemas. Los cuerpos de los campesinos fueron sacudidos levemente mientras un brillo grisáceo emergía de ellos acompañado de unos chillidos ensordecedores.

-Muy bien-dijo mi maestro con el apetito lleno-Sométete-

Me quedé mirándole fijamente, sabía que mis ojos ahora eran negros pues ya no dominaba el color de la campesina, si no el mío. Mi mente recordaba aquellos viejos entrenamientos que tuve con él. La época se remontaba mucho antes de que se descubriera la pólvora en el mundo de los mortales. Aprendí grandes cosas pero una de las muchas que logré memorizar fue su punto débil.

-¡Sométete!-gritó de nuevo sin obtener respuesta-¿Ailyn?-

-A si perdona mi Señor-dije mientras volvía en mí y me arrodillaba de nuevo bajando la cabeza y apartando el cabello hacía un lado.

Mi maestro se acercó hacía mí. Primero sus uñas acariciaron mi cuello, luego se introdujeron en él y posteriormente mi cuerpo cayó en un letargo que perduró durante mil años.









Diario de una Bruja.





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2 comentarios:

  1. me encanta pablete!
    tengo ganas de seguir leyendo!
    muaks!

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  2. eii esta bastante bien esto eh? me gusta!!! sigue asi!

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