lunes, 8 de febrero de 2010

Cuando tengas un mal presentimiento es mejor que corras

-¡Vosotros dos!-gritó mientras golpeaba con fuerza la puerta del baño-¡Al salón! ¡Ya!-

Antes de que Emily pudiera alcanzar a la bruja, la puerta del cuarto en el cual el agua caía en forma de ducha se abrió de par en par. Un muchacho de cabello rizado aun húmedo se unió a la marcha con elegantes pasos, al mismo tiempo que introducía su mano por la manga de la camisa de manga corta lisa, roja y sumamente ajustada a los músculos de su torso. Una vez finalizado el ataviado, Ian comenzó a dar pequeños saltitos que además de darle una imagen un tanto infantil hacía que su ritmo aumentara su velocidad.

El vampiro cuyo cuerpo humano se mantenía envuelto en sudor, se apresuró en vestirse con la ropa que había llevado minutos antes. Cuando llegó al salón todos habían ocupado asiento en dos de los sofás dejando un hueco entre dos de sus compañeros.

-Parece que el jefe de guerra ha sido identificado por uno de sus esbirros-comentó Ailyn mientras cruzaba sus piernas dejando una apoyada sobre la otra.

-¿Sabemos dónde está?-preguntó Orem mientras se arrastraba hacía un lado dejando más sitio al vampiro para que él se sentara.

-Lamentablemente Emily lo mató antes de conseguirlo-

-No iba a decir nada-interrumpió ella-Además tuve demasiada paciencia-
-No importa-habló Ian mientras entrelazaba su dedo con uno de los rizos-Al menos tenemos algo-

-Conseguiríamos más información si ella perdurara sus torturas más tiempo-dijo Hina mientras golpeaba de nuevo sus dedos índices el uno contra el otro mientras su rostro tornaba infantil.

-Eso no lo sabemos-interrumpió Ailyn con frialdad mientras recordaba su ritual de rastreo-He encontrado una energía que surge cada noche cerca de Gran Vía-

-¿Y sabes de que es?-preguntó Kain mientras se acostumbraba al olor del compañero que le había hecho hueco recordando los pequeños enfrentamientos raciales que habían tenido siglos antes.

-No lo sé con certeza-comentó-Pero es como si se celebraran concilios bajo el dominio de la luna-

-Bueno-dijo Orem mientras se levantaba y hacía que sus nudillos chasquearan al mismo tiempo que sus músculos mucho más grandes que el de los demás aclamaban una lucha para liberar su adrenalina-¿Y a qué esperamos?-

-¿Hola?-se oyó la elegante voz de Ian-Aun es de día-

-¡Ah sí mierda!-habló mientras tomaba su asiento nuevamente.

-Será mejor que elabores un plan de batalla con los datos que tenemos-ordenó Emily-Ya ha habido bastante sangre por hoy-

-Esta bien- dijo el muchacho fornido.

-Cuando caiga la noche saldremos a comprobar el lugar-dijo Ailyn mientras su estómago emitía un sonido que acaecía sobre los oídos de sus compañeros-Después saldremos de cacería-

-Se da por cerrada la sesión-dijo Hina mientras aquellos sillones se quedaban vacíos en cuestión de segundos y aquellos mortales endemoniados se bifurcaban a lo largo de las seis habitaciones que los pasillos ocultaban en la penumbra de la ciudad.


Aquella habitación había permanecido intacta durante mucho tiempo. Ahora el sonido del filo surcando el aire rebotaba a través de las paredes rocosas mientras los pasos de aquel muchacho se convertían en el acompañante más fiel del arma. Orem necesitaba concentrarse para elaborar aquel plan de guerra, ya había hecho uso de su prodigiosa mente antes del tiempo de los mortales pero ahora volvían a requerir de sus servicios.

Como el tiempo, ellos también habían cambiado, la única diferencia era que había sido en contra de su voluntad. Para viajar al mundo de los mortales habían tenido que introducirse en el cuerpo de uno de estos, pero el cuerpo del humano no era solo una vasija. La mente del demonio y la mente del adolescente se habían fusionado en una, siendo la oscura la predominante. Era un contrato temporal, justo en el mismo momento en el que la criatura oscura abandonara el cuerpo del mortal este podría retomar su vida. Aquellos muchachos ya no tenían vuelta atrás, si la criatura los abandonaba solo quedaría polvo, pues había pasado mucho tiempo en total eran mil años y lo único que los mantenía con vida era esa energía oscura.

Unos auriculares se mantenían ajustados a las orejas del muchacho, por allí podía escuchar como aquella música sonaba sin cesar. La letra hablaba de la venganza, de la sangre y de la muerte, todo ello unido en una simbiosis de fuertes instrumentos y cantantes que resonaban sobre ellos a base de gritos. Aunque la mente de Orem predominara sobre la del adolescente, siempre quedaban pequeños retales del mortal que se fusionaban con la suya, he ahí la demostración.

La espada surcaba el viento alrededor del muchacho mientras los ojos marrones del mortal al que controlaba permanecían tapados por sus párpados al mismo tiempo que su mente cavilaba sin parar, no hasta que encontrara una estrategia. A simple vista parecía un experto en el manejo de ella pero aun le quedaba algún punto muerto que las criaturas inmortales podían alcanzar.

El sol comenzó a descender lentamente, aquellos rayos de luz lanzaban los que serían sus últimos destellos de calor. Los salmantinos seguían ignorando la existencia de criaturas en su ciudad, nadie podía sentir lo que estaba a punto de pasar. El astro se ocultó tras el horizonte, él tampoco quería presenciar como Salamanca se inundaba en terror, por eso le cedía el puesto a su apreciada hermana.

-¡Ya estoy!-dijo Ian efusivo mientras subía el último escalón que conducía a la quinta planta de la torre.

-¿Porqué has tardado?-preguntó fríamente la muchacha de cabellos castaños y rubios amarrados en una coleta ocasional.

-Estaba vistiéndome-le respondió él observando como la silueta de su compañera le daba la espalda mientras aquella mirada observaba la ciudad de Salamanca ahora sumida en una noche de sábado.

-Vámonos-dijo ella mientras se sentaba en el borde y miraba de reojo a Ian. Una camisa blanca se ajustaba al cuerpo de su compañero, sus botones se mantenían abiertos mostrando la unión de sus pectorales con suma sutileza-¿Pretendes mezclarte entre los mortales?-

-¿Porqué lo dices?-preguntó el mientras colocaba el cuello de su camisa.

Sin decir ni una palabra Emily se precipitó al vacío. Su coleta ondeó con el viento mientras sus pantalones vaqueros repelían el aire. Al cabo de unos segundos se encontraba en una calle general donde los coches iban de un lado hacia el otro. Su rostro se torció hacia arriba para que sus ojos contemplaran la torre de la cual había caído.






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